Desmontando historias y estatuas.

Por: Leonardo Franco Arenas

___Muchos recordamos imágenes en noticieros de la década de los 90, la estatua de Saddam Hussein siendo desmontada por hordas de enfurecidos iraquíes. Hace poco en la primera potencia capitalista del mundo y otros países del primer mundo fueron testigos de una serie de hechos semejantes, en contra de reconocidos esclavistas que por muchos años y de manera impune, se gloriaban desde sitios emblemáticos de algunas ciudades: Edward Colston en Bristol Inglaterra, Jefferson Davis en Washington, Leopoldo II en Amberes Bélgica y tres estatuas de Cristóbal Colón en Boston, Miami y Richmond Virginia; bustos, estatuas y algunos pretendidos monumentos, fueron destruidos. Ignorar la historia, aceptar la que fue escrita por los vencedores o ganadores de una disputa y en el mejor de los casos por terceros que de oídas y referencias sesgadas lo hicieron, no puede tener una fecha de eternidad en su vigencia.

En el Cauca, exactamente en Popayán, la muy altiva, señorial y de pretendidos blasones de herencias hispánicas, el pueblo Misak se rebeló a esa narrativa enquistada por siglos en la realidad colombiana, derribando una emblemática estatua del conquistador Sebastián de Belalcázar, reconocido como uno de los más violentos colonizadores de toda la zona occidental del país, quien por la espada de sus huestes, causó una de las peores exterminios en contra de los pueblos indígenas que habitaban desde el Perú hasta el sur de Antioquia. Se reconoce su paso arrasador por estos territorios, en la zona cafetera tenemos su referencia macabra a manos de Jorge Robledo uno de sus hombres, sanguinario mariscal que en algún momento se rebeló en su contra y fue ejecutado. Estas historias más reales, se han venido conociendo a través de otros cronistas, calando en el imaginario popular y es así, que este milenario pueblo indígena sentó un precedente sobre acciones que posiblemente puedan repetirse en otros territorios y en contra de esta iconografía. Grandes hacendados, terratenientes y parte de la “sociedad blanca” caucana elevaron su voz de protesta en contra de lo que ellos consideran parte de la historia heráldica de este departamento, en donde algunos se consideran descendientes directos de españoles, siendo para ellos una afrenta, un agravio a la madre España el derribo de esta estatua. Más grave aún para los pueblos americanos, la ubicación de la estatua sobre un cementerio indígena, sobre la tierra sagrada de nuestros verdaderos ancestros; según las autoridades sitio común, solo un lugar en donde los indios, habían enterrado indios y ¡fuera de la fe católica! Cómo lo dijo hace unos días una de las lumbreras nacidas en esta región, de cuna blanca y curul en el congreso “los indios tratan de usurpar nuestras tierras” Las grandes familias caucanas, Valencia, Ormaza, Irragorri, Arboleda para mencionar solo algunas, reconocidas históricamente como esclavistas, han ido apropiándose de las mejores tierras y desplazando a sus dueños ancestrales a los peores territorios.

Estos símbolos e íconos que han sido encumbrados por los escribientes de la historia a partir de sus privilegios económicos y sociales, deben desaparecer, reconocernos como una sociedad con otras raíces, las propias. Respetemos pues la libre determinación de los pueblos que deciden hacer un alto a este maltrato social impuesto a través del tiempo.

Nuestra sociedad desde la educación, el conocimiento de la historia, las experiencias y el reconocimiento de los ancestros, debe cambiar el chip y reescribir la historia, la nuestra, desde la perspectiva del perseguido, de las víctimas, no del usurpador y despojador.

No imagino en unos años una estatua de Uribe sobre un caballo de paso, sombrero, poncho, carriel y una tacita de café, a la entrada de las principales ciudades, ¿ustedes sí? ¿Lo permitirá la historia y los colombianos?

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