
Por: Leonardo Franco Arenas
____ ¡Hermosa, ahora si me caso! A partir de ahí se enredaron las cosas, la vida cotidianamente aburrida en materia sentimental se convirtió en un vagón de montaña rusa a 300 km por hora. Ella, una amiga de varios años por esos días estaba de visita en Bogotá asistiendo a un compromiso familiar, un matrimonio, me envió una foto desde el celular, en ese momento la vi… sí, la vi, muy hermosa, como nunca la había visto, como no la imaginaba (no me interesaba), en un traje de noche color palo de rosa; la imagen de siempre cambió, trajes de oficina con la seriedad de funcionaria pública, conservando el distanciamiento educado de administrativa eficiente y la cordialidad a cuenta gotas de una competente burócrata. Algo hizo clic en mi cerebro, y de manera instintiva el requiebro espontáneo que alcancé a escribir en respuesta: ¡Hermosa, ahora si me caso! Solo era eso, un halago, una galantería, inocente yo, eso creía; es igual sobre la inteligencia emocional de las mujeres: No seas ingenuo amigo, cuando creas que has seducido a esa mujer y en la primera y espontanea noche de conquista su brasier y su tanga combinan, bájate de esa nube, eso estaba fríamente calculado y la que coronó fue ella, no seas cándido o sobre valorado. En fin, la amistad dio un giro impensado y de manera inesperada a los pocos días cuando ella regresó, salimos un par de veces muy románticamente y ¡tras! Iniciamos una relación enriquecedora, emocional, pasional y de intereses comunes. Creo que mi incredulidad existencial y pragmatismo filosófico dieron al traste con esta utópica relación para que el poder de las palabras aplicara. Solo fue el adiós. Con inmenso cariño.