
Autor: Leonardo Franco Arenas – www.latardedelotun.com
Los Andariegos
______-¿Jeremías, vos ves algo? Bajá un poco más entumido, ¡atisbá detrás del barranco, allá donde se ven esos madrinos!
– Esperemos que aclare, pa que buscar ahora no creo que el patrón esté vivo.
– ¡Que bajés tuntuniento!
Pablo escuchaba las voces, pero no se podía mover, el peso de La Mariposa le había entumecido el cuerpo por completo, ni la voz salía para gritar que ahí estaba.
– Benditas ánimas del purgatorio ayúdenme a salir de esta y les hago la manda de nueve misas en la iglesia del pueblo, eso pedía mentalmente, mientras rezaba las tres oraciones aprendidas desde chiquito. Volvió a caer en una semi inconciencia, que el asumía como la llegada de la muerte, – Virgencita me llegó la hora, pensaba en medio de ese marasmo, eran las cinco de la mañana y pronto amanecería; de pronto escuchó un grito,
– ¡Aquí está don Pablo! ¡Vengan, al lado de los guayacanes madrinos! Fue lo último que escuchó, antes de volver a desmayarse.
Lo primero que hicieron fue liberarlo del peso de la mula y trasladarlo a un descampado, observaron el estado del brazo y la pierna, las miradas de los peones y su actitud cabizbaja, no presagiaba nada bueno, reinaba el pesimismo; como pudieron lo cubrieron con varias colchas de retazos que llevaban en las alforjas y esperaron a que aclarara.
– Bueno muchachos dijo el sangrero, al menos respira, esperemos que amanezca, con luz y calorcito las cosas se ven mejores. La noche en vela terminó por agotar a los hombres que en la espera y el frio pudieron pegar una pestañada, los quejidos de Pablo les espantó el sueño y corrieron a su lado, lo que vieron del patrón no fue alentador, pero echando mano a su ingenio uno de ellos le soltó de una,
– ¡Ehhh patrón como se echa a pelotiar con esa mula, ahora le va tocar subir con ella al hombro!, Los compañeros lo miraron con cara de enojo, Pablo hizo una mueca en lo que pareció una leve sonrisa.
Desenvainaron los machetes y cortaron suficientes varas de diferente grosor, hojas y bejucos tripeperro, con estos armaron y tejieron un camastro con un colchón grueso de hojas tiernas, en esto lo subieron por la pendiente hasta la trocha. Ya en el alto pudieron mirar bien las heridas, el antebrazo derecho partido, el hombro dislocado, la rodilla vuelta nada, la pierna inflamada y llena de moretones y una hinchazón en el costado derecho que hacía presagiar varias costillas rotas. El hombre estaba consciente arropado en el camastro, ¿y La Mariposa? Preguntó,
– Don Pablo la mulita se desnucó con el golpe en el palo o en una de las volteretas, ella fue la que lo salvó en el totazo y manteniéndolo con calor mientras llegamos.
– Ahí abajo la dejaremos. A partir de ese momento el lugar fue conocido como la curva de La Mariposa.
Amarraron dos mulas en turega y sobre el armazón colocaron el camastro y el colchón de hojas, luego de medio inmovilizar las partes afectadas lo subieron en andas y lo ajustaron bien a las angarillas, asignando dos hombres, los más baquianos y expertos para llevar la turega. Las cargas de estas dos mulas y La Mariposa, se repartieron entre la demás recua, afortunadamente era una carga redonda de fácil manejo, café y frijol, cuidando de no sobrepasar el peso por mula que era de unos 60 kilos a cada lado. Llegaron a Jericó nueve horas más tarde.
Antes que nada arrimaron a la casa de los Arenas, que quedaba a una legua del pueblo, solo había una luz en la parte delantera de la casa; cuando los perros de la familia se alborotaron con el gentío que llegaba, el padre salió al corredor interesado en saber lo que pasaba, apenas vio al sangrero, lo reconoció y le extraño que al frente no estuviera Pablito,
– ¡Que pasó Ramón, donde está Pablo! Preguntó alarmado don José María Arenas.
– Don José, ocurrió una tragedia, al patrón lo traemos en esa turega, sufrió un accidente; viene dormido, está muy delicado.
– ¡Bueno pues partida de atembaos! no se queden ahí paraos ayúdenme a llevarlo pa dentro pa ver lo que tiene.
En la puerta de la casa ya estaba la familia reunida mirando con preocupación lo que sucedía, doña María la mamá, ya daba órdenes del quehacer.
– ¡Los hombres llevan a Pablo a la cama Eloísa y yo nos encargamos de él, Carmen y Abigail a preparar comida para todos los muchachos, Joaco a ayudar a descargar y atender los animales ¡y vos Chepe quédate conmigo. Así, en un santiamén cada uno sabía lo que debía hacer.
Las mujeres con la ayuda del padre, le quitaron la ropa al herido y lo acomodaron lo mejor que pudieron en la cama, poniéndole compresas de agua caliente para que recuperara el calor en el cuerpo y doña María ordenó,
– Chepe ándate pal pueblo, llamá al boticario, al indio Jacinto el curandero y pasate por la casa cural y que la misa de 5 de mañana sea por la recuperación de Pablito.
La familia pasó la noche en vela al lado del herido, rezando un rosario tras otro; ya el boticario le había mandado unos remedios para el dolor y la hinchazón y el indio Jacinto, le había acomodado los huesos de la mejor manera, entablillando el brazo; para la grave lesión de la rodilla paños calientes de árnica y verbena, también bebidas de manzanilla y jengibre. Le hizo un vendaje en toda la pierna y en la parte golpeada del pecho, la recomendación, quietud y paciencia. Antes de la 5 de la mañana, salieron todos incluyendo los peones para la iglesia a asistir a la eucaristía, solo quedaron las dos mujeres mayores pendientes de Pablo y uno de los hijos menores por si había que dar una razón urgente.
Pablo Antonio, se recuperó lenta pero casi totalmente, solo le quedó una leve cojera y un brazo que debía fortalecer si quería regresar a los caminos.
Sentado en el corredor de la casa, recordaba todas las aventuras de esos años, el inicio como arriero, los amores pasajeros, las mil y una peripecias vividas en esos andurriales, andareguiando de la seca a la meca por todo el territorio de Antioquia, Chocó y los pueblos fundados por colonos al sur. Aprendió mucho de la vida y del trabajo de don Juan de Dios, quien un día tuvo su susto llegando al Carmen de Atrato en una travesía desde Jericó y Ciudad Bolívar, pasando la cresta de la cordillera por fangales y precipicios; una mala tarde de lluvia, cuando alistaban un rancho de vara hecho a las carreras para resguardarse de la inclemencia del tiempo, el viejo como lo llamaban sus hombres se sintió mal, no se quejó, no dijo nada pero después de tantas jornadas juntos, los peones sabían que no estaba bien al verlo sentarse en una piedra en medio de la lluvia. Como pudieron lo llevaron al Carmen montado en su bestia, en silencio el resto del camino llegaron a la posada de la negra Encarnación, allí lo recostaron pese a sus protestas y la matrona le dio unos masajes tibios de balsámica, al mismo tiempo le daba pequeños sorbos de esta preparación. Don Juan de Dios a los dos días estaba de otro semblante, preguntando por la carga y acosando para salir hacia la casa.
– Veavé patrón, si usté llegó todo desguañañado, aguáitese no más pa que se aliente del todo, – Que espera ni que espera, mañaniaos salimos mi negra.
El médico que lo atendió en el pueblo a regañadientes del viejo, le aconsejó que cambiara de oficio, tenía el corazón muy débil. Así fue que Don Juan de Dios, el caporal de Fredonia se retiró de la brega. Para dar a conocer la decisión, llamó a todos los trabajadores y les informó lo dispuesto, de igual manera, ese día nombró a Pablo como caporal de la mulada, siendo uno de los más jóvenes todos le reconocían su seriedad y conocimiento del oficio.
Esa tarde allí en su casa evocaba tiempos pasados, como se volvió ducho en el oficio de la arriería, amarrando, apretando las cargas, herrando las mulas en cualquier camino, a saber, cómo orientarse en esas trochas de climas malsanos con lluvia o sol inclemente. Más tarde pudo independizarse, asociándose con el sureño para tener su propia mulada de la cual era caporal con la tarea de señalar las rutas por cuales debían ir a algún poblado, planear las jornadas de trabajo de forma que no se desgastaran las mulas ni los peones, igualmente a negociar las cargas con los propietarios, ya fuera carga redonda que son bultos, carga larga, estacones y cuartones de madera o en turega para entregas especiales, recordaba las campanas de por lo menos tres iglesias, pianos, imágenes de santos y un sin número de elementos que trasteaban de un lado para otro sin tanto perendengue.
Aprendió a comprar los elementos para su mulada, enjalmas, cinchas, cuerdas y lasos de amarre, correas de cuero fino, sobre enjalmas, jáquimas, ramales y muleras. Todo lo que se necesitaba para esta labor a los mejores precios y de la mejor calidad. Recordó sin anhelar las parrandas y las peleas en estos caminos. El recelo por las brujas, duendes, compartiendo historias de apariciones y guacas, pero sobre todo de los salteadores de caminos que habían quedado después de tantas guerras civiles, estos macheteaban y después preguntaban quién era el difunto. Le tocó ver las enormes filas de familias pobres con sus corotos a cuestas andando de un lugar a otro en busca de tranquilidad y trabajo, en un país desbaratado, en bancarrota por intereses grupales.
Años sin descanso, años de arduo trabajo de sol a sol, tiempos sin ver a la familia; pero también momentos en que pudo celebrar una buena navidad y año nuevo para toda la parentela y amistades, con música de cuerda, mucha comida, tapetusa y regalos, de mejorar sus condiciones de vida en la casa, el negocio y el ahorro en libras esterlinas que era lo único que garantizaba que esta reserva no se diluyera por problemas con la moneda nacional, de un día para otro los billetes y monedas que se poseían, se convertían en solo papel y metal.
Buenos recuerdos, ahora, lo que ensombrecía su ceño eran las preocupaciones del futuro, llevaba mucho tiempo convaleciente y aún le faltaba mucho más para recuperarse totalmente; solo una cosa lo animaba, Ana María la hija de don Pompilio Velázquez.