
Autor: Leonardo Franco Arenas – www.latardedelotun.com
____ Caminos, trochas, ríos; valles, montañas y llanos, por toda la geografía nacional había movilizaciones permanentes, migración de colonos, destacamentos militares, gente armada, algunos con buenas intenciones, otros, no tanto. Los salteadores de caminos se volvieron cosa corriente, el hambre, la mayoría de las veces era la solapada excusa, solo unos años antes se había creado la policía que con la precariedad de la economía de esa época solo bastaba para dar seguridad a las casas consistoriales de algunas poblaciones o ser cuidanderos de curas, iglesias y conventos. La seguridad en los campos y montañas era la que se podían proveer solos, los viajantes. El país se encontraba inmerso en un vórtice de violencia desde los años mismos de la independencia, pero que se había intensificado con las decenas de pequeños conflictos entre enemigos políticos irreconciliables; desde la década del 50, se turnaron el poder entre los dos partidos, a mediados de los sesenta, los liberales se toman el poder y proclaman la Constitución de Rionegro, que le daba a la nación un carácter federalista, de independencia económica, política, social y religiosa a los 9 estados soberanos declarados, el nombre aprobado fue, Estados Unidos de Colombia; a pesar de las escaramuzas comunes entre facciones de los partidos y las retaliaciones de los conservadores, una paz transitoria se hizo evidente en la mayoría de las regiones, la economía tuvo un leve impulso, el desarrollo apoyado por potencias foráneas entró por fin a algunas ciudades. En 1884 Núñez es elegido presidente por los dignatarios de los estados de la unión, él era reconocido miembro del partido liberal, quien lo propuso, una vez en el poder cambió de bando y con miembros del partido Conservador, se tomó el poder de manera “democrática” y promulgó la constitución de 1886, nuevamente con una clara directriz centralista.
Mientras tanto la familia de Pablo seguía como muchas una vida entre la normalidad y la zozobra, la visita a la finca de contingentes militares averiguando por los miembros de la familia, ocupación y el empadronamiento al que eran sometidos, no les daba mucho respiro. Pablo trabajaba la tierra y ayudaba lo que más podía, sus días de bebida y francachela habían quedado atrás; una noche de plenilunio, Eloísa se le acercó entre misteriosa y sonriente,
– Oíste Pablito tengo una razón pa vos,
– ¿De qué hablás hermanita?
– ¡Prometeme primero un detalle!
– Esta bien, lo que vos querás, pero ¡desembuchá!
– Que esta noche te esperan en la casa de los Velázquez,
El hombre se puso pálido, pero de una vez respondió sonriéndole a la hermana,
– ¡Lo que ha de ser, que sea!
Llevó una caja de colaciones para la mamá de Ana María y un estuche de cigarros cubanos que eran del agrado de don Pompilio, al llegar, lo recibió una de las hijas menores y lo hizo pasar a la sala donde estaba la familia en pleno, a un lado de los padres estaba Ana, la vio más bonita, pero se preguntó interiormente si no estaría enferma por el rojo subido de sus mejillas. Hablaron de temas poco importantes con la participación de todos, hasta que el padre dio la orden, inclusive a Ana María que los dejaran solos, allí estaba Pablo con el señor Velázquez, a merced de su interrogatorio.
– Mirá Pablo, te conocemos hace tiempo lo mismo que a la familia, son personas de bien, entenderás que los padres queremos lo mejor para nuestros hijos y no estoy seguro que vos seas lo mejor.
El joven quedó de una pieza, pero inmediatamente ripostó,
– ¿Por qué Don Pompilio?
– Después del accidente te volviste tomador e irresponsable, visitante de casas de mala reputación como la de la madama, peleador, mujeriego, ¿te parece poco hombre?
– Tiene razón señor, no lo voy a negar, fue una época muy complicada, en la que no me importaba nada, dos cosas me hicieron cambiar y tengo testigos; la posibilidad de visitar a su hija y el repelo de mi papá.
-Eso me parece bien Pablo algo me han dicho, de otra manera no estuviéramos hablando, lo que si le digo hombre es que debe ser algo serio, no vaya a salir con un chorro de babas; además me gustaría saber como va a responder por la niña, a ella no le ha faltado nunca nada. – Si señor, yo tengo ahorros, soy socio de una mulada y creo que arranco pronto con mi labor al frente de la recua, la idea es comprar una tierrita y afincarnos ahí, pa que ella tenga su casa.
– Mijaaaaa, Anitaaaa, vengan!
– El joven Pablo Arenas tiene mi permiso pa visitarla, como es una cosa seria, lo recibirá en la sala y allí lo atenderá una vez entre semana cuando esté por estos lares y la ida a misa de 11 los domingos con la familia;
– Mija encárguese de esto y usted Pablo cuando pueda pase por el taller; permiso que me voy a recostar,
Entre las visitas a Ana María, el trabajo en la finca, las charlas con don Pompilio y el temor de todos por la llegada de la guerra, transcurría la vida de Pablo. La vida en la casa también había cambiado, Joaquín construyó un rancho de bahareque a un lado de la casa y allí tenía su familia, su mujer, una mulata del Carmen de Atrato y dos muchachitos, nacidos en muy poco tiempo. Eloísa, mujer hacendosa, decía que quería ser monja y pasaba su tiempo libre en la congregación de las hermanas carmelitas ayudando a coser ropa que recogían para los pobres, fabricando hostias y aseando la iglesia, todo iba bien hasta que se le cruzó por la vida un misionero laico llegado de Medellín, en ese momento los deseos espirituales de los dos, fueron reemplazados por unos más carnales, luego de un corto noviazgo y matrimonio sencillo se fueron a vivir a Envigado. Carmen, la cholita, como le decían de cariño tuvo una mala experiencia que la llevó de nuevo a la casa, generando un estado de riesgo para la familia, especialmente para el papá. Ella se dejó conquistar por Nepomuceno García, herrero de profesión venido de Santander, tipo de malas pulgas, mal encarado, que se dio las mañas para enamorarla; en la casa, sus padres y demás parentela se opusieron al romance, pero como en la mayoría de los casos, esto sirvió para que Carmen se revelara y se escapó de la casa; ninguno de la familia los visitaba, a veces ella los veía pasar cuando iban en grupo a la misa de 11, a ella no se le permitía asistir a la iglesia por su estado pecaminoso y de concubinato como decían las comadres del pueblo; ella ni se aventuraba casi a salir de su rancho, a no ser para algo estrictamente necesario, andaba con la vista en el piso y sufriendo el escarnio público. Debido a ese distanciamiento familiar, en la casa ignoraban que Nepo como era conocido en Jericó su marido, le daba muy mala vida a la pobre Carmen, los vecinos que se la cruzaban siempre la veían con los ojos morados y hematomas en sus brazos, sus gritos eran tema cotidiano para el vecindario. Un día apareció una vecina a las carreras,
– Doña María, don Chepe, ¡la va a matar!, extrañados preguntaron,
– Matar a quien vecina,
– ¡A su hija a Carmen, hace rato le está dando una pela! ¡Y por los gritos la va a matar!
Toda la familia escuchó, don José María entró un momento a la casa y salió corriendo, Joaquín, Pedro y Pablo detrás, había echado mano de la peinilla, los otros la llevaban al cinto. Cuando llegaron al rancho escucharon los gritos y los lamentos de Carmen, tocaron la puerta fuertemente y no contestaban, llamaron a Carmen, ella respondió que se fueran. Chepe alzó la voz lo más fuerte que pudo,
– Nepomuceno García, si sos tan hombre da la cara, no hagás que tumbe la puerta y entre por vos a las malas.
Por una ventana se asomó el Nepo blandiendo un machete y gritando improperios,
– Me doy abasto para atenderlos a ustedes gavilleros, Carmen es mi mujer y de aquí no sale. – Eso lo vamos a ver granuja, salí que tenés la palabra que te arreglás solo conmigo.
A sus familiares les dijo que si el hombre salía no se fueran a meter, el solucionaría ese problema, que entraran y sacaran a Carmen así fuera cargada. Nepo salió desconfiado mirando a los cuatro de hito a hito, el padre les hizo un ademán con la cabeza y ellos se retiraron, ya sabían en que iba a terminar el pleito. Cuando el hombre finalmente dio la cara lo primero que hizo fue insultar a Carmen y a su familia,
– No es hora de hablar ni insultar señor, es hora de responder por las ofensas,
Y mientras esto decía, sacó la peinilla y se envolvió la ruana en el brazo, dio unos pasos atrás para que el otro se arrimara,
– Ahora si sinvergüenza demostrá que tan hombre sos, no solo pegándole a las mujeres,
Mientras tanto, los otros mandaban a Carmen golpeada y exhausta a la casa en compañía de Joaco que se fue a regañadientes porque se relamía dándole una planera al imbécil.
La pelea fue rápida pero sangrienta, José María perdió tres dedos de la mano izquierda y tenía una herida abierta en el hombro de unos 10 centímetros que sangraba profusamente, Nepo perdió un brazo de un solo golpe, tenía una herida expuesta en la cabeza y una oreja colgaba. El santandereano se acurrucó al lado de la casa, pidiendo clemencia, que no lo matara.
– Tenés dos horas pa desocupar el pueblo, no te queremos ver más por estos lados y rogale a Dios que ninguno de mi familia se encuentre con vos, porque terminamos lo que hoy quedó empezado; otra cosa, ni se te ocurra acercarte a mi muchacha por algún medio, yo mismo te busco si eso pasa.
Carmen desde ese día volvió a la casa, no sabía que estaba embarazada, el hijo nunca supo quién era su padre, el abuelo lo levantó como un hijo más. El hombre se esfumó; las heridas de Chepe no eran graves, pero si le impidieron seguir trabajando como estaba acostumbrado. Pedro el hermano mayor de Pablo se encargó de la finca, también él tuvo su mal momento en la vida, con la Amalia Pájaro.