
Parte XI
Autor: Leonardo Franco Arenas – www.latardedelotun.com
____ Los vientos de guerra se arremolinaban por todo el país especialmente en Santander y Boyacá, donde los radicales liberales estaban muy descontentos después de la derrota en el 95 y lo que llamaban el fraude electoral ocurrido en el 97, desde el ascenso de Núñez a la presidencia se presentaba una hegemonía del partido conservador en todos los territorios y a todo nivel.
El palo no estaba para cucharas eso lo presentía la familia Arenas, se sabía en Jericó y en todo el territorio nacional; la precariedad de las comunicaciones, los malos caminos, hacían que una noticia por importante que fuera, demoraba días e incluso meses para conocerse; estas poblaciones del suroeste vivían aisladas de lo que pasaba en el ámbito nacional. La familia seguía dedicada a las labores del campo, costumbres y tradiciones sencillas, heredadas en el tiempo. Pablo atendía juiciosamente los remedios que le preparaban en la casa, estaba planeando para el año venidero salir nuevamente a los caminos, quería sentir la libertad, los aromas y climas del campo y la montaña, los extrañaba; además, debía esforzarse en el trabajo porque su relación con Ana María iba bien, a pesar del poco tiempo transcurrido y de las limitadas entrevistas, estaba convencido que ella era la mujer apropiada, deseaba proponerle matrimonio, cumplir la palabra empeñada a don Pompilio.
El anuncio del inicio de la guerra lo conocieron casi un mes después de haber comenzado, si bien es cierto que en estos momentos el conflicto se centraba en el nororiente del país, todos sabían que tarde o temprano los alcanzaría. Ese 1899 empezó el tránsito de tropas del gobierno por esta región aún no se presentaban combates, Antioquia era un territorio eminentemente conservador y religioso, por tanto, gobiernista, aunque existían algunos grupos liberales y que el mayor caudillo de los radicales liberales en esta refriega era nacido en una población vecina, Valparaíso, el general Rafael Uribe Uribe.
A mediados de año Pablo ya estaba recuperado casi totalmente, al menos eso creía, para regresar a sus labores, llamó a Pedro su hermano mayor,
– Oíste hermano, voy a comenzar a trabajar de nuevo, por qué no me acompañás, aprendés el oficio y como tenés más conocimientos con los números pronto tendrás tu mulada,
– No Pablito, yo prefiero quedarme al lado de los viejos, mirá que ya mi apá no tiene los alientos de antes y a pesar que el tío Joaco mantiene pendiente, creo que como hijo mayor debo estar a su lado,
– Tenés razón hombre, el viejo te necesita,
Pronto salió Pablo a su primera travesía hacia Santa Fe de Antioquía al norte. Salieron con una recua de 18 mulas, 8 peones, Pablo y el sangrero, iban cargados con café para Bolombolo, centro de acopio del grano que era transportado por el río Cauca en balsas de guadua y grandes canoas hacia el norte, luego era llevado por el Magdalena hasta la costa; también cargaron, enjalmas y elementos de cuero.
De allí salían dos días más tarde cargados de telas, granos y abarrotes, velas, panela y otros productos de consumo diario, con destino a Concordia, en este pueblo acarreaban nuevamente café y tabaco de las tierras bajas con destino a Santa Fe de Antioquia, pasando por Santa Rosa, el alto de Franco y La Ceiba. Por esta ruta, ruta del diablo decían algunos, por las vicisitudes que se debían afrontar durante el recorrido, bordeando abismos traicioneros, grandes barrizales, caminos estrechos y escarpados, llenos de piedras resbalosas y filosas, polvo en verano, lodo en invierno, terrenos de resbaladiza greda amarilla o tierras deleznables que cedían bajo los cascos de las mulas sin previo aviso, propiciando el despeñadero de mulares y peones sin que se pudiera hacer algo. Andar estos caminos era siempre una aventura apta solo para seres fuertes y de recio carácter.
Ocho días más tarde llegaron a su destino como estaba previsto; lo primero, la carga y las mulas, los hombres siguieron luego su rutina normal, hasta ir a parar a una de las cantinas del pueblo; Pablo los acompañó un rato, por el trajín del viaje se le había hinchado la rodilla y su cojera se acentuaba. Al día siguiente el caporal se levantó al alba y a las siete estaba desayunando fríjoles recalentados con carne frita y tajadas de plátano en uno de los puestos de la galería, su tarea consistía en negociar la carga hacia el sur por la misma ruta; allí estaba tomándose un espumoso chocolate cuando fue abordado por un reconocido comerciante del pueblo,
– ¡Pablo Arenas! Cómo me lo han tratao, que bueno verlo por estos lares,
– Muchas gracias don Aristóbulo, lo mismo digo señor, es bueno ver a los amigos, a propósito que carga tiene para mí, nos devolvemos DIOS mediante, mañana o pasado, vamos por Concordia,
– Pues muchacho, para esa ruta no hay nada, tengo una carga pa Sopetrán y de allí una pa Medellín.
– Hagamos una cosa don Aristóbulo, si de aquí a mañana no resulta nada yo le llevo el encargo,
– Listo Pablo, yo invito al desayuno,
Dos días más tarde estaban saliendo hacia Sopetrán con una carga de maíz y frijol, pasaron el rio Cauca por el puente de Occidente inaugurado hacía apenas cuatro años, pasaban de las estribaciones de una cordillera a otra mucho más agreste y difícil, la Central. Al día siguiente después de descargar, estaban apretando de nuevo las cargas rumbo a Medellín, ollas de barro, pailas, bateas de madera, vajillas de barro, enjalmas, zurriagos, ponchos, muleras y tapapinches para el mercado de la ciudad. Arribaron entrada la noche, calles alumbradas pálidamente por lámparas de keroseno y algunas antorchas en casas humildes, buscando donde dejar las mulas y la carga a buen recaudo, les recomendaron la pesebrera de don Sebastián Ángel, hombre honrado de origen judío que atendía cerca de una de las pensiones grandes de la población, sobre la calle Boyacá, cerca de la iglesia de la Veracruz. Aquí pasaron la noche, pudiendo descansar hombres y mulas; temprano salieron hacia la plaza de mercado del barrio Guayaquil, la más comercial y segunda en importancia de Medellín; descargaron, cobraron el excedente del viaje y Pablo dejó al sureño su socio con el grupo, mientras él se movía a concretar la salida hacia Venecia y Fredonia. Contó con tan buena suerte que pronto encontró carga, ya la tenían empacada y lista para salir, telas, ropas, herramientas, abonos. Con tan buenas noticias, fue a dar una vuelta por los almacenes a ver que adquiría para la familia, compró regalos sobre todo para las mujeres de la casa, también para Ana María y la mamá. Para su prometida un relicario con cadena y una prenda de oro con Alejandra. Salió sonriente de la joyería, pensando en Anita y en la pedida de mano.
Al día siguiente, madrugaron a listar el viaje, apretaron, revisaron el cargamento y desayunaron trancao allí mismo. Hacia las 8 de la mañana emprendieron el camino; aún estaban lejos de casa.
– Pablo, ¿te está doliendo mucho la rodilla?, le preguntó el sureño, si querés paramos pa que descanses y te amarrés bien esa pata,
– No sureño, estate tranquilo, no podemos parar porque la idea es llegar al medio día a Caldas y salir pa Venecia, acordate que tenemos que bordear ese cerro Tusa, yo por allá no quiero pasar de noche, hay muchas historias y acordate de los berracos sustos por esos caminos.
Terminando la tarde llegaron a Venecia, Pablo salió directamente para la pensión, la hinchazón de la rodilla se extendía en toda la pierna, los muchachos extrañados por la partida del patrón, entendieron que el dolor debía ser insoportable, por iniciativa del sureño buscaron una señora que les recomendaron como curandera, la llevaron hasta la pensión y encontraron a Pablo sentado en la cama recostado al cabecero y con la pierna enferma descansando sobre esta, estaba desnudo y solo una mulera le cubría los genitales, la tenía renegrida e hinchada por el esfuerzo de esos días,
– Ehhhh ave María muchacho, eso le debe estar doliendo como un demonio, no se ve nada bien, voy a hacerle unos baños de ramas, compresas de agua fría, por último una soba con pomada de grasa de oso y un vendaje suave; patrón usté no puede caminar más por ahora, si salen de viaje va en turega o a caballo, pero al paso,
Parte de la noche estuvo la señora Aurora al lado de Pablo, haciéndole los remedios y pendiente de la hinchazón,
– Patrón mañana no se vaya a poner botas, utilice las quimbas hasta que llegue a casa.
Fue una noche de pesadillas y dolores, tempranito salieron para Fredonia, por el camino de Combia, descargaron rápidamente los bártulos y utensilios que eran para ese pueblo, medio almorzaron y pendientes de Pablo salieron para Jericó, sobre las tres estaban pasando el puente Iglesias sobre el rio Cauca, el caballo del caporal cerraba la recua, él iba tranquilo al paso siguiendo la recomendación de la señora Aurora. Se sentía mucho mejor, entraron al pueblo más o menos a las 5 de la tarde. El hombre solo pensaba en el compromiso.