El infierno en la tierra.

Parte XIV

Autor: Leonardo Franco Arenas – www.latardedelotun.com

____ Ni las piras gigantescas encendidas, ni las inmensas fosas abiertas a cielo abierto daban abasto para recibir tantos muertos que cubrían el campo de batalla, la tierra se anegó de sangre, toda cubierta de rojo, cuerpos entrelazados como en una danza macabra , mezclados radicales y gobiernistas esfumándose las diferencias, ahora, solo seres inertes, despedazados, decapitados, un tapiz por el que aves de rapiña, sepultureros y menesterosos en busca de algo de valor, deambulaban disputándose cada pedazo de la materia para todos hacer su tarea.  Esto sucedió en mayo del 900, allí, en el valle de los Ángeles en la hacienda Palonegro cerca al pueblo de Lebrija, entre los ríos Oro y Lebrija, en la senda El Tirabuzón por el camino real a Bucaramanga, durante 15 días se abrió el mismísimo infierno, la batalla de Palonegro.

Estas noticias llegaron muy tarde a Jericó casi dos meses después de lo sucedido, la situación en la casa de la familia Arenas no era la mejor, los recursos eran exiguos, semillas y demás insumos para las labores agrícolas escaseaban; el panorama no era el mejor y para acabar de completar la situación, don José María no estaba bien de salud, desde el mismo momento de ese disgusto con Aniceto Arango su vitalidad se había reducido considerablemente, podría pensarse, que en los últimos meses Chepe había envejecido varios años, los achaques y ataques de histerismo lo hacían ver como una persona bastante perturbada y enferma. Nunca se había visto al jefe de la casa en estas condiciones, no visitaba las siembras, había delegado, primero a regañadientes y luego por el simple sentido común de su inutilidad, la responsabilidad total en Joaco y Pedro. Pablo, solo movía algunas pocas cargas a pueblos cercanos no muy distantes de allí por seguridad, el negocio no era muy rentable, solo corotos de familias y uno que otro flete de granos y café. Lo que producía la tierra era para el consumo de la casa, el grueso de las cosechas se canjeaba por productos de otras fincas, no había dinero circulante, estaban frente a una situación de empobrecimiento del país, con pocas posibilidades de salir adelante. La salud de Chepe siguió deteriorándose, una abulia permanente lo postró en un estado de dejadez y aislamiento, que no le permitía a sus familiares acercarse siquiera, las cicatrices de heridas pasadas lo atormentaban; una imagen recurrente lo visitaba a diario, vociferante a veces al lado de la cama, otras amenazante que le lanzaba improperios, él respondía,

– Aniceto Arango, te voy a matar, balbuceaba y entornaba los ojos ya casi sin brillo,

A finales de agosto, un mes soleado y seco, entró la señora María a llevarle los tragos, aún no había clareado del todo,

– Chepe mijo, le traigo el cafecito; hoy va a hacer un bonito día, levántese pal baño, entre Joaco y yo le ayudamos, – No tuvo respuesta, debe estar dormido aún pensó.

Se acercó a la ventana que daba al patio descorriendo las cortinas, abrió los postigos de par en par, una claridad alegre invadió la estancia y un vientecito fresco renovó los aires del cuarto. Con la taza esmaltada en una mano se acercó a la cama, observando la cara de su marido,

– ¡Eloísaaaa, Joacoooo, hijoooos!

Dos días más tarde estaban enterrando a don José María Arenas, al momento de fallecer contaba con 63 años, nacido en una vereda del distrito municipal de Fredonia, sus padres habían migrado de Santander a comienzo de la década del 30, fueron de los primeros cultivadores de café en la región antioqueña con la experiencia traída desde allí. Tras dos días de velación siguió el novenario, el último día misa en el templo de Nuestra Señora de las Mercedes. La madre era una mujer fuerte, a partir de estos días aciagos se convirtió en el soporte de la familia, durante el tiempo que convivió con José María estuvo oculta, todos sabían de su valía, de su fortaleza, reconocían que era la piedra angular de la casa, pero ella discretamente cedía el protagonismo y la mayor importancia a Chepe como jefe de la familia. Mujer incansable, inquebrantable en sus convicciones y protectora de los suyos.

De acuerdo a las noticias recibidas, en la batalla de Palonegro hubo más de 6.000 muertos entre los dos bandos, las armas de fuego eran escasas, la mayoría estaba en manos de las fuerzas regulares del gobierno, entrenadas, mejor pertrechadas y con una mejor estructura para la guerra, esto le daba mucha ventaja sobre la milicia radical, soldadesca improvisada, armada en su mayoría con afilados machetes, lanzas y garrotes, los pocos fusiles y otras armas de fuego estaban en manos de la oficialidad, representada casi siempre en ricos hacendados que estaban en contra del monopolio de la oligarquía conservadora, quienes habían constituido una empresa comercial en el gobierno, eran los negociantes del poder, instigadores y beneficiarios de la corrupción de la autoridad central y los gamonales regionales.

La sevicia con que se enfrentó esta guerra por parte de los dos bandos daba escalofríos, solo escuchar los relatos que se multiplicaban de boca en boca era aterrador, se contaba por ejemplo que al norte del Tolima una zona de mayoría liberal, salvo algunos pueblos en la parte alta de la cordillera, vivía una familia dedicada a las labores del campo, siembra, cosecha y venta de sus productos en los pueblos; un día el jefe de la casa y uno de los peones estaban en la población haciendo la remesa y negociando una ternera, mientras tanto a su casa llegó un destacamento militar del gobierno, reunieron la familia, saquearon los objetos de valor, la despensa, se llevaron los animales de engorde. Esto no fue suficiente, encerraron la familia en la casa de techo de palma y le prendieron fuego, todos murieron, cuando el hombre vio esta escena buscó el machete con la hoja más larga, se sentó sin afán en un descampado y estuvo afilándolo durante tres días, al cabo de los cuales, se dirigió al pueblo liberal más cercano y buscó al comandante de la milicia,

– Vengo a enrolarme a su grupo,

– Y por qué querés ir a la guerra paisano

– Porque quiero matar godos, todos los que se me pongan por delante; lo dijo sin matices, sin emoción, pero con una convicción tal, que el comandante sintió un leve frío en la nuca cuando miró unos ojos vacíos, sin brillo, ojos de muerto.

Este hombre se convirtió en una leyenda en esa zona, solo mencionar su nombre generaba pánico, el mejor machetero del Tolima.

La milicia radical solo contaba con raciones de hambre haciendo presagiar lo calamitoso de esta batalla para ellos, la fuerza la componían, peones de a pie, armados con machetes, caballos y unas cuantas armas de fuego. La derrota fue estruendosa, luego que los gobiernistas tomaran la Loma de los Muertos, cortaron el camino hacia Lebrija, todo quedó sentenciado, era solo cuestión de tiempo, el día 25 de mayo el reducto de las milicias liberales había caído, desmoralizadas las tropas huyeron hacia Rionegro sin que fueran perseguidas por el ejército vencedor. A partir de este momento las circunstancias de esta horrenda guerra cambiaron, ya no se presentó una guerra regular entre dos bandos, desde ese momento fue una guerra de guerrillas por toda la geografía nacional, con emboscadas, atentados, desapariciones, juicios sumarios por tribunales militares, fusilamientos. Los contendientes también sacaron directivas en contra del oponente, “Todo conservador será fusilado, esté o no esté en armas” sentenciaron los radicales; “no habrá prisioneros, se aplicará la pena de muerte a todo combatiente” decía el ministro de guerra José Vicente Concha, además como requisito para ascender en el ejército después de mayor, era demostrando tener más de cien muertos en combate. La guerra se extendió a la mayoría de los territorios de la nación, los campos se tornaron inseguros y en los pueblos era ley la que imponía el gamonal respaldado por los agentes del gobierno o los líderes de los grupos liberales, según su tinte político.

Los Arenas vivieron un año de zozobra, a los hombres de la casa excepto Joaco que era casado los mantenían ocultos, en la parte alta de la montaña habían construido una pequeña barraca donde guardaban provisiones, para cuando les advertían de la llegada de algún grupo armado oficial o ilegal, que significaba el mismo peligro, allí se escondían por el tiempo que fuera necesario. Entre las familias más allegadas se habían puesto de acuerdo para, mediante el pago de vigilantes en los cuatro puntos cardinales a tres leguas del pueblo estar atentos de la llegada de estos destacamentos, soltar la voz de alarma y que los hombres de las familias se escondieran, si no querían ser voluntarios de alguna de las dos fuerzas. Por este motivo el matrimonio de Pablo y Ana María no se había podido realizar hasta entonces, finales de 1900. La decisión estaba tomada, de una u otra manera antes de marzo del nuevo año estarían casados, ese era su deseo.

– Oíste Pablito, ¿ese no es el padre Abad?, mira como lo tienen,

– Si Pedro, espérate, dejemos aquí las bestias y miremos que es lo que pasa,

El padre Abad párroco de Nuestra Señora de las Mercedes iba acompañado por uno de los monaguillos de la iglesia, estaban de vuelta hacia Jericó luego de visitar una finca en una vereda, estaba aplicando los santos oleos y recibiendo la confesión de una señora moribunda, se desplazó hasta esta lejura por la promesa de una buena donación al templo y la compra de una buena cantidad de indulgencias para la ya casi finada. Su regreso era al paso de las cabalgaduras, paladeando las viandas que les empacaron y solo se percataron del grupo de seis hombres cuando les dieron el alto,

– Padre la bendición, dijo el que iba a la cabeza del grupo, me hacen el favor y desmontan,

-Hijo, soy parte de la santa iglesia católica, apostólica y romana, no me vayan a hacer nada,

– No se preocupe cura, solo queremos las cositas que lleven de valor, ¡no más!

Los bajaron a empellones de los asnos y los esculcaron a fondo, el padre reparó que a pesar de la mugre y lo raído de las vestimentas, estás eran uniformes del ejército gobiernista, una luz de esperanza brilló para el cura Abad,

– Señores, el clero hace parte y respalda el gobierno conservador del presidente Marroquín, somos por decirlo de alguna manera, copartidarios,

– Que copartidarios ni que nada cura, o nos da lo que lleva o se va pal cielo antes de tiempo,

Estaban despojándolos de las pertenencias, cuando aparecieron los Arenas detrás de una arboleda a toda velocidad y blandiendo machetes y perreros, la sorpresa para los asaltantes fue mayúscula y salieron en desbandada, solo dos echaron pie al piso para repeler la embestida de los hermanos, pero cuando se vieron solos montaron de nuevo y salieron al galope, abandonando el pequeño botín del padre Abad.

– Pedrito…Pablito, gracias a Dios, ustedes me han salvado y a los dineros de la iglesia de estos bandidos

– No se preocupe padre, pero usted no puede ir por estos caminos exponiéndose a los asaltos, dijo el mayor, camine los acompañamos al pueblo,

Que iba a saber Pablo en ese momento que este hecho iba a jugar a su favor y al de su propia familia más adelante.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *