
Parte I
Vida nueva, nueva historia
____ – Mono..mono…¡despertá ome! nos va a coger la tarde, ya son como las cinco, las mulas están afuera…
Vicente Jaramillo el sangrero, era quien trataba de despertar al caporal Bernardo Zuluaga, conocido por estos caminos y pueblos como el mono, estaba al mando de la mulada de Pablo ya que era su hombre de confianza desde hacía dos años cuando Antonio el sureño, decidió marcharse hacia las tierras que estaban colonizando en el camino al Cauca.
Una tarde sentados en el zaguán de la casa en medio de un aguacero de abril y hablando casi a los gritos por el ruido del agua contra el techo se lo manifestó.
– Pablo, me voy pal sur…hay pueblos recién fundados y yo soy andariego, voy a coger mis corotos y arranco pa allá,
– Como así Antonio y el negocio pues, vos sabes en las condiciones que estoy, ¡esta pata no me sirve pa nada!
– Compadre es una decisión tomada, yo soy solo y me voy en una semana,
– En una semana ome! Te enloqueciste ¿y yo que hago pues?, decime ¿qué proponés?, ¿qué hacemos con la recua?, estamos en plena guerra y la situación está muy berraca,
– Tranquilo ome, tengo un conocido muy bien recomendao, le dicen el mono, ha sido arriero toda la vida y es buena persona, si querés lo mando buscar para que hablemos con él, por plata no te preocupés, esperemos que el negocio despegue de nuevo y hablamos, con lo que tengo puesto me sobra pa asentarme en otro lado,
– Listo ome, decile que venga lo antes posible, ¿el mono? Y ¿es que no tiene nombre de cristiano?
De esta manera Pablo Arenas conoció a Bernardo Zuluaga más conocido como el mono, fue contratado como caporal en condiciones ventajosas para ambos; era responsable de todo lo que aconteciera con el trabajo, escogía los sitios donde pasaban la noche, elegía también las rutas por donde harían las duras jornadas, pagaba los arrieros, compraba los aperos y alimentos y decidía todo lo que tenía que ver con la mulada. El mono era el responsable ante el patrón de todo lo que tuviera que ver con las mulas, los hombres y la carga, en ese orden.
Se sentó todavía somnoliento en el borde del camastro con la boca agria y un humor infernal a tabaco y alcohol barato, la noche anterior había encontrado en esa fonda un viejo amor del camino, Marcelina la llamaban, él sabía que no era su nombre de pila. Comenzó a vestirse lentamente, pantalón, camisa y alpargatas, se puso de pie ajustándose el tapapinche y la peinilla; por último, se caló el sombrero casi hasta las pobladas cejas y tomando una bocanada grande de aire salió al patio a grandes zancadas.
– Bueno varones espero que las mulas estén listas con la carga apretada y aparejadita, ustedes desayunaos pues que nos vamos en un rato…espérenme tantico me tomo los tragos.
No se percató que unos ojos lo observaban desde las penumbras con la respiración contenida, cuando pasaba por el lado del fogón de leña, sintió que lo tomaban por el cuello y pegó el brinco, la sonora carcajada de Marcelina lo sacó de su envaramiento…
– ¡Mujer, loca! Casi te pongo un guascazo…
– ¡Asusté al mono Zuluaga, al domador de potros y demonios! Calmate mi amor, vení que ya te sirven desayuno, sé que lo necesitás.
Al mono se le cayeron las defensas y las ganas de seguir camino a Ituango su terruño cuando ella lo abrazó y le estampo un beso, la rubicunda mujer tenía mucho poder sobre él. Se conocieron a finales de marzo dos años atrás antes de negociar con Pablo, cruzaba un puente de guadua que comunicaba la plaza de mercado con el negocio de compra de café de don Lorenzo Tobón al lado de un mesón, Vio desde lejos unos ojos chispeantes y unos jugosos labios que sonreían, la rubia le hacía señas que se acercara, animosa le soltó de una…
– Oíste buen mozo, vení tomate un cafecito,
El mono ahí perdió la razón.
Arrancaron loma arriba buscando el filo de la montaña para descender posteriormente al rio Cauca a la única parte donde había paso al otro lado, a través de un puente de madera y guadua entre peñas de lado y lado en el sitio más angosto del rio, pagando 5 centavos por mula destinados al mantenimiento del puente que chirriaba de manera amenazante, meciéndose sobre el abismo a medida que las mulas y hombres iban pasando.
La vida de Pablo Antonio Arenas, había cambiado sustancialmente desde aquella madrugada de marzo en Jericó cuando para evitar ser un voluntario del ejército, resolvió llegar a la iglesia vestido de mujer y desposar a Ana María Velásquez.