
Autor: Leonardo Franco Arenas – www.latardedelotun.com
____ Una calurosa mañana de finales de enero del 84, la isla estaba atestada de turistas extranjeros y viajeros nacionales especialmente de familias de la alta sociedad barranquillera que huían del pre y del carnaval por su alboroto, como sucede aún en estos tiempos. Luego de abrir el negocio, hacer el mantenimiento a las máquinas con un baño de ACPM para eliminar arena y el salitre que oxida rápidamente todo elemento, estaban relucientes las motos Honda de 125 cc, hasta los 500 cc para alquiler y después de un suculento desayuno comprado en la Fonda Antioqueña al lado del embarcadero de las lanchas para Johnny cay, me tomé la primera Heineken del día como era costumbre.
Allí estaba esperando el primer cliente del día y pensando en la linda salvadoreña Patricia mi novia cuando me saludaron de manera jovial, preguntando por el alquiler de las motos especialmente por las tres 500 parqueadas, poderosas y tentadoras para los turistas.
– Amigo cada una tiene un costo de $ 500 la hora, mínimo 2 horas y un depósito de $2.000 cada moto
– No me has entendido ome, ¿qué necesitamos para llevarnos esas tres bellezas y la 250?, no te preocupés por la plata.
– Ok, entiendo…es sencillo, pase de motociclista, no sirve el de carro, el depósito y llenar un formato con unos sencillos datos.
Quien hablaba parecía ser el de más edad de los cuatro muchachos, sus edades oscilaban entre los 18 y los 23 años aproximadamente. A un lado sin llamar mucho la atención estaba un muchacho de unos 22 años, bajito, de cabello castaño claro un poco largo y ondulado. Se dirigió a él,
– Patrón…es fácil y trató de darle los detalles…
– Ya escuché mijo, pagale mientras yo ensayo un pelle de estos…
Me sorprendió el respeto y el trato de los tres hombres con este joven, este, de una vez se subió a la moto que se veía más nueva y de dos golpes de pierna al crank la encendió, salió a la calle sin pedir permiso y me quedé observándolo mientras iba hasta la esquina del Casino Internacional donde desembocaba la avenida las Américas, allí giró y se devolvió a toda velocidad, cuando iba llegando al alquiler picó la máquina y anduvo un buen trecho en la llanta trasera. Inmediatamente le pegué el grito…
– Hey men!!! ¡¡¡Eso no se debe hacer, venga aquí!!!
El hombre se acercó sin prestar ninguna atención, ni siquiera me miró, se bajó de la moto y la rodeó golpeando satisfecho el asiento, con una tenue sonrisa, solo eso. Me acerqué a la moto y la apagué, el hombre giro sobre sus talones y me miró fríamente.
– Qué pasa paisano, tranquilo, no sea acelerado mijo.
– Hombre yo estoy tranquilo, pero acá hay reglas y se deben cumplir y está prohibido ese tipo de piques en la isla, la razón es que el piso es muy resbaloso por el salitre y fácilmente se pierde el control y puede causar un accidente; si no se cumplen esas condiciones creo que no les puedo alquilar las motos, lo siento,
El muchacho dio media vuelta, dándome la espalda y dirigiéndose a los otros tres dijo, ¡¡¡oigan a este!!! Organícenme esa vuelta ya vuelvo… se dirigió a Jugosito un negocio de un barranquillero dicharachero y amable, que llevaba muchos años en la isla.
– Un momento amigo, esto no es de plata, es de reglas y si no están dispuestos a cumplirlas, lo siento, tema cancelado.
El hombre volvió atrás, en ese entonces yo era un poco mayor que él eso perecía, tenía 22 años, me miró directamente a los ojos y casi de manera intimidante me espetó,
– Paisano, tranquilo, como usted diga, pero esas motos me las llevo… no hay problema le dejo el doble del depósito por cada una y le pago el doble por el alquiler, no pasa nada,
– Hombre, lo único que yo exijo es el compromiso de no realizar ese tipo de piques en estas motos, aquí hay unos precios fijados y unas condiciones para el alquiler, si llenan el formato donde está el compromiso de no realizar este tipo de acciones, pagan el alquiler y dejan el depósito, no hay problema.
A partir de ese momento el hombre pareció relajarse, listo, voy a la cafetería del frente me llevan allá el papel para firmar, Iván, encargate de eso sabés que no me gustan los papeleos ni los enredos, pagá y nos vamos.
Se revisaron los documentos, cédulas y pases de motociclistas de los tres, firmaron los formatos y pasé a Jugosito donde estaba el joven patrón,
– Me permite los documentos y me firma aquí, otra vez la mirada de disgusto, pero sacó la billetera y me extendió los documentos requeridos, estampó su firma en la hoja y siguió tomándose un sunny deligth (marca de jugo de naranja)
Quince minutos después salieron las cuatro motos a toda velocidad, pagaron por adelantado seis horas de cada una y el depósito fijado por los riesgos en tres mil pesos cada moto.
No aparecieron en todo el día, pero tampoco me había dado cuenta de algún accidente o percance de una motocicleta, hechos que entre el gremio y las autoridades se sabían casi inmediatamente en esa época en San Andrés Islas, en este pequeño territorio insular colombiano pocas cosas pasaban desapercibidas. Hacia las 6:30 pm aparecieron, sonrientes y dicharacheros, menos el tal John Jairo Arias como había firmado el mono con cara de yo no fui. Les hice las cuentas, pagaron todo y dejaron una propina generosa. Cuando se iban uno de ellos habló en voz alta,
– Patrón gracias por las vacaciones, estamos listos para la vuelta esa, la vamos a coronar.
Tres meses después me enteré por las noticias del asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, nada para conectarlo a estos sujetos hasta que tiempo después vi un cartel de recompensas que ofrecía el gobierno por los integrantes del cartel de Medellín, allí con bigote y el cabello un poco más oscuro estaba un tal Pinina jefe de sicarios de Escobar, el mismo a quien atendí esa mañana de enero, el tal John Jairo Arias Tascón.

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