ANCESTRALIA – Capitulo II – Parte IV – La familia de Chucho Arenas

Autor: Leonardo Franco Arenas – www.latardedelotun.com

La Familia de Chucho Arenas.

  • Anitaaaa, vení mujer, apurate…

Quien llamaba a grandes voces era Pablo Antonio que estaba en la parte de atrás de la parcela derribando un nogal frondoso porque necesitaba sacar los tablones para la enramada, una especie de bodega donde guardar los productos cosechados en su tierra.

  • Anitaaaa…ehhhh mija, vení rápido mujer

Por detrás de la casa apareció Ana María, apurada, secándose las manos en el delantal, apretando su moña con la peineta de carey que le había regalado su marido…

  • Aquí estoy Pablito…estaba montando la olla del almuerzo… a ver, en que te ayudo.
  • Mija, agarre esa soga que está en el piso y camine hacia ese lado, necesito que me guíe la caída del árbol, porque si no hacemos un daño si se cae sobre el techo de la casa…
  • ¿Hacemos? Oigan a mi marido…jajajajaja, lo hacés vos,
  • Hacele pues, cogé suficiente distancia y avispate que no te vaya a caer encima. Cuando yo te diga templás duro la soga en esa dirección mientras yo le doy los últimos hachazos… ¿entendiste Anita?
  • Si mijo
  • ¿Segura mujer?, eso es peligroso…
  • Que si hombre ehhhhh…ni que fuera bruta.

Pablo le fue indicando por donde debía ir hasta que estuvo en el sitio adecuado, le dio la orden y ella templó la soga con toda la vitalidad de mujer joven y alentada. En ese momento reinició los golpes de hacha, el árbol comenzó a inclinarse en la dirección correcta y de pronto con un chasquido seco se desgajó de un solo golpe, Anita ya estaba advertida y de un solo salto se hizo a un lado y corrió a salvo viendo por encima del hombro como caía el gigante de casi quince metros.

Como pudo Pablo se subió sobre la cepa del tronco inclinado observando donde estaba su mujer, inicialmente no la vio y el corazón le dio un salto del susto, hasta que escuchó las carcajadas de Anita al notar la angustia en la cara de su marido.

  • ¡Te iba a dar un patatús mijo! Ni que yo fuera tan zurumbática

Así, acompañado de su mujer en la finca a las afueras de Jericó, Pablito pasaba sus días, cuidando las mulas, sembrando, desyerbando y cosechando. Haciendo arreglos en la casa que había comprado con ayuda de sus familiares y haciendo las mejoras necesarias para un mejor vivir.  Con la madera de este gran árbol era suficiente para construir el cobertizo que le serviría de bodega y almacén.

Siempre se levantaban al alba cuando cantaban los gallos y mientras Anita le preparaba los tragos, él traía agua del aljibe para asearse y lo que se necesitara en la casa. Antes de salir para la huerta o los otros sembrados desayunaba trancao en compañía de su Anita, llevaba una jíquera con sus medias nueves, arepas redondas con manteca, tajadas de plátano maduro, tocino en pequeños trozos y una totuma con la bogadera.

La vida transcurría entre el trabajo diario, la vida marital y los sobresaltos de tener a veces que dormir en el monte en una ramada hecha para evadir las amenazas que se cernían sobre los habitantes de la región por estas épocas. De esa manera pasaron los meses sin que las escaramuzas de la guerra llegaran a su fin. Hacia finales de 1902 la situación parecía estar mejorando y esperaban noticias sobre el final del conflicto. Una mañana Pablo alistó todo para ir hasta el pueblo, no sin antes hacer las recomendaciones del caso a su mujer, le dejó una bestia ensillada y lista por si notaba algo raro saliera de inmediato para la finca de sus padres, Ana María era una buena amazona y el lo sabía, así es que alistó todo y salió, prometiéndole que llegaría lo antes posible.

Llevaba de cabestro dos mulas con varios bultos de maíz recién cosechado y frijol verde para negociar en la plaza, al cinto llevaba la peinilla de 22 pulgadas y en la mano el perrero, se caló el sombrero y arrancó por la pendiente montado en otra de las mulas.

Anita se entretuvo en los quehaceres de la casa y se le fue pasando el tiempo, pegó un brinco en el taburete donde estaba sentada cuando golpearon fuertemente la puerta, se deslizó silenciosamente y por una hendija observó quien tocaba de manera tan molesta. Eran los hermanos Gil, unos vecinos con los que Pablo no tenía buenas relaciones por unos problemas de linderos. Ella los observó un momento y aunque tuvo la oportunidad de salir por detrás y alejarse en la bestia, pensó que no valía la pena, abrió la puerta saliendo al patio.

  • Don Juan de Dios y don Anselmo buenas tardes, no hay necesidad que tumben la puerta…
  • Haga el favor señora y llame a su marido, que no se esconda en sus enaguas, que dé la cara, le espetó uno de los hermanos, el más alto.
  • Qué pena don Juan, pero él no está, salió para el pueblo, además usted sabe que no es hombre de esconderse respondió Anita con las manos en jarra en su cintura.
  • Ve que tan contestona la señora, esto es cosa de hombres y de hoy no pasa que arreglemos este problema…
  • Ya las cosas están claras, eso lo firmaron en la casa consistorial y ante el notario, así es que se pueden ir por donde vinieron…

 

Pablo llevó sus productos a la tienda grande del pueblo y negoció el valor con el compromiso de volver por lo que necesitaba en unos días, pasó por la talabartería de su suegro y desde la montura lo saludó de afán…

  • Oiste yerno, bajate y nos empujamos un anizado, dejá los afanes
  • No don Pompilio, Anita está sola y debo volver rápido, se lo prometí, en otra ocasión que venga con ella. Le hizo un ademán con su mano y salió hacia la finca.

Cuando comenzó a subir la suave loma para llegar a la casa, vio a los dos hombres que le manoteaban a su mujer, apuró el paso de la mula y cuando iba a llegar observó como uno de ellos la empujaba y le hablaba duro, la ira se apoderó del hombre y desmontó de un salto, llevándose la mano a la peinilla. Los dos hermanos lo sintieron llegar y se dieron vuelta para esperarlo de frente distanciados a dos metros uno del otro.

  • Oiste Pablo Arenas vamos a arreglar este problema de una vez…
  • Así es señores, no tienen porque ponerle una mano encima a mi esposa, Ana ándate pa dentro que esto lo arreglo con los señores.
  • No mijo, yo me quedo
  • Te di una orden mujer te vas pa la casa…

 

Ana María obedeció, pero ella no se iba a quedar tranquila allí encerrada. Los hombres con actitud amenazadora cogieron sus perreros, Pablo, se desabrochó la funda de la peinilla y la dejó a un lado.

  • Ustedes tienen que aprender a respetar a una mujer, ¡ella no está sola infelices ¡
  • Pues a ver que tiene don Pablito y blandieron los garrotes,

 

Pablo sabía que estaba en desventaja frente a estos dos miserables, debía estar alerta y cuidar su espalda, tenerlos siempre a la vista,  fue dando la vuelta hasta quedar con la espalda cerca al cobertizo a prudente distancia para no quedar atrapado, no había olvidado las clases de esgrima que le había dado Antonio el sureño y las decenas de peleas que habían tenido, así es que con una finta le amagó al que venía por su derecha y se devolvió de un brinco y asestó un fuerte golpe en el codo del más grandote que estaba a su izquierda, se sintió un crujido y el chillido de Juan de Dios Gil que soltó el perrero, Pablo no se entretuvo y saltó hacia atrás cuando Anselmo se le fue encima repartiendo golpes como un loco, el hombre unas veces lo esquivaba y otras recibía el golpe con su palo de guayabo, en una de esas vio el flanco expuesto del agresor y le dio tremendo garrotazo en las costillas, Anselmo bujó del dolor, pero pronto se repuso y con un resoplido alcanzó a Pablo con un golpe en la rodilla mala, el hombre trastabillo y retrocedió dos pasos resbalándose en la acequia, el agresor pensó que ya lo tenía y se arrojó sobre él, Pablo giró sobre su cuerpo y se tendió en la zanja, el golpe pasó de largo haciéndole perder la estabilidad, Pablo se incorporó y le asesto un potente golpe en la cabeza. Anselmo se desplomó seminconsciente, en esas con su brazo bueno y blandiendo la peinilla apareció Juan de Dios a espaldas de Pablo, el grito de Anita lo alerto y pudo esquivar el envión, pero nuevamente resbaló y cayó en la zanja, el hombre con el garrote se acercó a dar un golpe letal cuando apareció por detrás la mujer y le asestó un golpazo en la cabeza con la tranca de la puerta. El hombrón se desplomó cuan largo era, Anita ayudó a Pablo a ponerse de pie, los hermanos Gil estaban semi inconscientes, Pablo verificó que estuvieran vivos y esperó con su mujer a que se espabilaran. Ana María fue por una jarra de agua fresca y dos totumas, las ofreció a los apaleados que solo atinaban a sobarse sus cabezas y mirar sin rencor a los esposos.

  • Buena pelea don Pablito, es usté un maestro de la esgrima y nos ha dejado bien aporreados, ¡ahhhh y la señora no lo hace mal defendiendo su marido ¡
  • Mire don Juan de Dios, nosotros somos gente de paz, nunca hemos tenido problemas con nadie y lo de los linderos estaba solucionado, como vienen a tratar mal a mi señora
  • Mire mi don, tenemos un problema grave con el agua de las tierras, el nacimiento es muy pequeño y desde que nos dedicamos al ganado de leche esta no es suficiente, usted tiene mucha y alguna cogíamos cuando se corrió el lindero, ahora estamos jodidos.
  • Hombre las cosas no se solucionan de esa manera, ustedes me indican el problema y yo miro que puedo hacer, hay agua suficiente para todos, pero así no se arregla nada. Miramos donde hay una pequeña pendiente y hacemos una acequia como esta, allá les llegará agua para sus vacas.
  • Dios los bendiga don Pablo, será como usted diga, les podemos ofrecer una cantina de leche al mes como pago, acéptela para que no sea una limosna si no un negocio.
  • Era como fácil arreglar esto y evitarnos los golpes y moretones ¿verdad?, yo creo que usted tiene quebrado ese codo, le tocará ir donde el indio sobandero.
  • Si señor…

De esa manera se superó este inconveniente entre vecinos y el matrimonio Arenas Velásquez siguió su vida sin mayores contratiempos, el golpe en la rodilla de nuevo había aumentado los dolores y cojera de Pablo.

Días después la gran noticia la guerra había terminado, se había firmado a bordo de un barco de guerra de los Estados Unidos de América en noviembre de 1902 en Panamá.

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