
Autor: Leonardo Franco Arenas – www.latardedelotun.com
Para mí no es un buen mes, cero y van dos grandes despedidas.
_______ A propósito del mes de octubre, de la parafernalia comercial del día de brujas, además del cumpleaños de una no muy querida ex suegra y de una recordada amiga, quienes, de acuerdo a sus actitudes cotidianas bien podrían ser practicantes de la hechicería, del arte de la nigromancia y la adivinación, volvió a mi memoria un caso especial que, aunque han pasado un poco más de 20 años, aún me desconcierta causando cierto frio en la nuca y columna vertebral cuando lo rememoro. Casualmente el día de ayer pasé por este sitio al visitar los corregimientos de Altagracia y Arabia; cuando descendía ese cañón de la quebrada Cestillal, reconocí el lugar, me puse como tarea escribir sobre esta experiencia.
A finales de los 90, se iniciaba en el eje cafetero con epicentro en Pereira el desarrollo de la industria turística, con un énfasis en el turismo rural. Los primeros pasos se dieron desde la administración de la ciudad, con base, la recién promulgada Ley general del turismo del 96, por fin se le daba una estructura al sector y a toda su cadena productiva; como decía, estábamos en pañales, haciéndose las primeras convocatorias y capacitaciones a propietarios de fincas que estaban ubicadas en lo que hoy es el Área Metropolitana Centro Occidente y Santa Rosa de Cabal, también llegaron finqueros de varios municipios, Belén, Apia, Santuario etc. De allí salieron varias organizaciones que aglutinaron a estos incipientes empresarios del turismo. En Risaralda ese boom pasó rápidamente porque la dirigencia local no veía allí un motor importante para el desarrollo de la ciudad y el departamento; al Quindío si le interesó el tema y encontró en el turismo rural su nicho natural, la quiebra de los cafeteros (se venía de una crisis cafetera muy grave), y los costos de mantener una tierra improductiva los llevó a fijarse en otras oportunidades. Otra de las razones para impulsarlo definitivamente y encontrar la base para el desarrollo económico de ese departamento, fue la inauguración del Parque Nacional del Café en Montenegro en el 97 y PANACA en el 99, por fin los cuyabros encontraron el que hacer, comenzó a ponerse de moda el Eje cafetero, especialmente el Quindío.
En el 94 o 95 iniciaron las obras de pavimentación de la vía entre los dos corregimientos, como todas las obras de infraestructura en nuestro país, esta sufrió retrasos y solo hasta finales de esta década se terminó. En mi condición de trabajador independiente llevaba adelante contratos esporádicos con la administración local o la empresa privada, siempre en temas relacionados con el turismo, sin ser propietario de una finca tuve la oportunidad en el 98 de participar en las primeras capacitaciones sobre turismo rural en la ciudad y adelantar un estudio sobre los posibles prestadores de servicios turísticos en el municipio, durante un tiempo tuve que desplazarme por los diferentes corregimientos y veredas, centros poblados y áreas rurales, estableciendo bases de datos, haciendo las primeras caracterizaciones de estos prestadores; una de las vías que cotidianamente recorría era Cuba, Altagracia, Arabia, Cantamonos, saliendo a la carretera que hoy se conoce como autopista del café, pasando antes por el club de golf de Olmedo y la finca La Ibérica de don David Botero uno de los patriarcas del turismo en esta región en ese trio que conformaba con Jaime Llano y Germán Calle.
En ese recorrido siempre me había llamado la atención una casa vieja, desvencijada y ruinosa que quedaba unos cincuenta metros antes de la curva sobre el puente de la quebrada Cestillal, en un cañón entre los dos centros poblados, donde se encontraban las empinadas lomas de lado y lado, justo el puente, era la intersección de la vía. La carretera a lado y lado es muy pendiente, bajando de Altagracia se la encontraba al lado derecho, sombría, gris, casi negra y sin ningún detalle de vida; mantenía cerrada y algunas veces se intuía una penosa humareda que ensombrecía más la casucha, aún en los días más soleados y coloridos estaba rodeada de un halo lúgubre, siniestro, casi tenebroso, daba la impresión que sobre esta casa siempre había una nube negra amenazante. La característica que más recuerdo era el olor, un olor penetrante que se percibía desde una cuadra antes, era la guía olfativa antes de verla. Un olor asqueroso a cuero en descomposición quemado, a grasa quemada en mal estado, un olor a bruja sentenció alguien y así quedó grabado en la vox pópuli; olor a bruja, a maleficios, el olor del mal. Por efectos del frio en las mañanas o al calor inclemente después del mediodía, uno podía recorrer la carretera despacio, sin afanes; pero cuando se aproximaba al sitio y sentía el repulsivo olor, automáticamente aceleraba y pasaba sin reparar mucho en la casucha y sus alrededores, cuando se cruzaba el puente o se comenzaba a ascender, un aire de tranquilidad volvía al cuerpo y al espíritu. En época de lluvias el paso era azaroso, los aguaceros que en Pereira ocultan un sol canicular de intenso verano, cambiándolo por un casi anochecer, oscuro e intimidante, causaba incomodas sensaciones al paso.
En uno de esos aguaceros de las tres de la tarde, esos que llegan amenazantes del Valle, acompañados por fuertes ventiscas, rayos, centellas y truenos, iba conduciendo la camioneta Nissan doble cabina, en compañía de una colega guía de turismo, despacio, con precaución debido a la escasa visibilidad y a los torrentes caudalosos que bajaban violentos por las pendientes de ese cañón; un diluvio que diez minutos antes al salir de Altagracia no se podía presagiar, brillaba el astro rey en ese momento y hacía un calor sofocante. Cuando se desató el segundo diluvio sobre estas tierras no había donde parquear y era más peligroso hacerlo por las corrientes que anegaban las faldas de la montaña y la carretera. No había nada más que hacer, continuar despacio, con las luces altas y casi pegado al panorámico, las plumillas no daban abasto. De un momento a otro el mundo se detuvo, el tiempo quedó suspendido y nuestros corazones paralizados, debido a la mínima velocidad por el lado mío en el panorámico y en medio de la tormenta apareció la cara de una vieja, empapada…llena de arrugas y desdentada que golpeó el capó de manera violenta, me paré en el freno y la vieja de un brinco pasó por un lado hacia la casa, la perdimos de vista en un segundo, sentí un frio helado por la nuca y la espalda, nos miramos asustados y aceleré sin más recato, ni conciencia del peligro, dos minutos más tarde la lluvia había cesado y el radiante sol nos saludaba a la entrada de Arabia. Fue inexplicable esa experiencia y más cuando preguntamos en el poblado como les había ido con la tempestad, nos miraban como bichos raros, solo había sido una corta llovizna respondían, “que exagerados”, decían.
Ayer, busque la casa desde que comenzamos a descender hacia el puente, ya no está, un poco antes, hay una casa nueva con movimiento de gente y vehículos estacionados, se observa una normalidad familiar. La dejamos atrás, pasamos el puente y comenzamos a ascender hacia Arabia, metros adelante un olor conocido, el olor a bruja.