
Por: Leonardo Franco Arenas – www.latardedelotun.com
- ______ ¡¡¡Mujeeeeeeeeer!!!… callen esos malditos perros…
Los canes ladraban desde el corredor y el patio trasero de la casa.
- ¡Que los callés o les pego un tiro! gritó Saul desde la cama, entredormido aún como no era su costumbre.
Celia salió presurosa en el claroscuro de la madrugada tropezando con una pesada mesa, con pasos ligeros a pesar del golpe pasó por el cuarto de la hija apartando la cortina,
- Mijaaaa…vaya y amarre los perros en el cercado de atrás… las dos salieron al vuelo, su papá amaneció de mal genio, seguro anoche perdió en la gallera.
Maltrecho, mal dormido, apretaba con los dientes y la otra mano el pañuelo que tenía enrollado en la muñeca derecha que estaba sumamente hinchada. El amoratado costado también dolía espantosamente con cualquier movimiento.
- ¡Que callés esos hijueputas perros! ¡Ni p’a eso servís!
Saul tenía los ojos enrojecidos por los efectos del licor consumido la noche anterior, la duermevela inquieta por el dolor en su cuerpo, también le torturaba lo que pasó en la gallera, jugó sus dos animales preferidos, uno había muerto y el otro estaba mal herido, perdió todos los ahorros.
Una semana antes transpiraba a chorros en el terraplén detrás de la casa tratando por todos los medios de colocarle la jáquima al temperamental animal que tenía amarrado al palenque con los ojos cubiertos con un trapo.
– ¡¡¡Quedate quieta maldita!!!, se desgañitaba, mientras la hostigaba sujetando el lazo unas veces y otras la crin de la potranca. En esas el animal le lanza una dentellada que por poco le atina en un brazo, el hombre energúmeno asegura el lazo con su mano izquierda, asestando un fuertísimo golpe con el puño de la otra mano a un lado de la cabeza de la jaca que trastabilla en sus patas delanteras por el contundente impacto, debido a esto, la potranca se gira violentamente golpeándolo con el anca en el costado, lanzando imprecaciones a diestra y siniestra el hombre se duele, pero solo un instante, toma un zurriago y golpea al animal repetidas veces.
La esposa y la hija al escuchar la algarabía salen apresuradas de la cocina tratando de ayudar.
- ¡Y a ustedes quién las llamó…pa’ dentro pues a hacer los destinos, esto es un oficio de varones!! úpale pues ¡
Temerosas las mujeres dan media vuelta sobre sus talones y regresan a los quehaceres, pero por las hendijas del entablado observan a Saul por un espacio de tiempo, Celia reza y se persigna, angustiada como de costumbre cuando ve a su marido en ese estado.
Pasada una hora cuando ya estaba sirviendo el almuerzo, escuchó que Saúl más tranquilo la llamaba, apresuradamente salió secándose las manos en el delantal.
- Qué quiere mijo…balbuceó de manera sumisa bajando los ojos…
- Traeme un par de veramones y algo con que amarrarme esta mano, ¡pero movete mujer!
Cuando volvió tomó asiento a su lado, le dio las pastillas, un vaso de limonada fresca. Observando la mano, la vio muy hinchada pero no dijo nada, conocía a su marido y la violenta reacción ante alguna muestra de conmiseración.
- Esperate traigo la pomada negra para hacerte una soba…
Mientras ella volvía al cuarto, la hija le limpiaba la cara con un trapo húmedo el sudor que por ella resbalaba. Le sacó las botas, trajo una ponchera con agua fría, remangando los pantalones, los introdujo allí rápidamente sin tener ninguna queja.
El jueves siguiente, a pesar de los dolores, se dedicó a preparar los gallos para llevarlos a jugar esa noche. Vivían a unos cinco kilómetros del pueblo, sobre la carretera que conduce a la capital. Desde temprano les había frotado suavemente las zonas sin plumas, medido las filosas espuelas de carey y proporcionado la última comida antes de la pelea. Los mantuvo en una semioscuridad todo el día.
Hacia las 5 de la tarde salía renqueante, con la colaboración de la hija había ensillado el jamelgo que lo llevaba a todos lados y conocía el camino, tanto por la orilla de la carretera, como por el canalón de la quebrada por un bosquecito hasta el río grande. De cabestro llevaba la mula con las dos maletas de los gallos amarradas a la enjalma.
Esa noche después de la bienvenida en la gallera, don Saul hombre serio y buen gallero, decían y así se comportaba, al calor de los tragos y la adrenalina de las peleas no sentía dolor en el cuerpo ni en el alma, daba la impresión de ser el hombre más amable y respetuoso. A media noche como varón de palabra pagó las apuestas perdidas hasta el último peso, alguna respaldada por su palabra hasta pasar por la caja agraria en la mañana, en él confiaban.
Su regreso fue tortuoso, al paso, aferrado a la bestia para no caerse a causa de la borrachera, cuando el segundo gallo se desplomó en el redondel fulminado, intuyó su destino y se sumergió en la botella. Emergió del canalón por la empinada loma detrás de la casa, como pudo amarró las bestias del guayabo del patio y se tendió en el corredor con los ojos cerrados.
Celia lo escuchó llegar en la penumbra del cuarto, esperó unos minutos con el oído aguzado temiendo que llegara agresivo a maltratarla. No escuchaba nada, solo de cuando en cuando el pateo de los dos animales en el patio. Se levantó con cuidado y encendió una vela, buscó la caperuza y con mejor luz abrió la puerta con mañita. Saul estaba tirado en el piso, se preocupó por su estado y salió presta a ayudarlo.
- Dejame aquí mujer…déjame
- No señor, venga a ver…¡¡Hijaaaaaa!! Ayúdeme a levantar a su papáaaa, gritaba sabiendo que también estaría en vela.
La muchacha salió presurosa, su hermano menor seguía dormido y el mayor andaba en otro pueblo, agachándose tomó al padre de un brazo para ayudarlo a levantarse, el hombre pegó un madrazo,
- Con cuidado niña que me duele
Como pudieron lo llevaron hasta la cama donde se tendió con la ropa puesta, las mujeres salieron hacia la cocina, en el rescoldo de leña Celia hizo fuego y calentaron café, se sentaron en dos butacas de madera cada una sumida en sus pensamientos.
Continua.