
Por Óscar Aguirre Gómez – www.latardedelotun.com
________ Hoy, 4 de noviembre, hace 100 años, Howard Carter, arqueólogo y egiptólogo inglés, descubrió la tumba del faraón niño Tutankamón, hijo de Akenatón y de Nefertiti, quienes existieron en la lejana época conocida como el período de Amarna, ciudad donde nació Tutankamón, quien gobernó entre 1334 y 1325 a. C.
La tumba, catalogada como la KV 62 en el Valle de los Reyes, constituye una verdadera cápsula del tiempo que, con más de 5.000 objetos hallados en su interior —los cuales reposan en la actualidad en el Museo Egipcio de El Cairo y que serán trasladados al nuevo Gran Museo Egipcio, este año—, justifican las palabras de Carter al ser interrogado por su mecenas Lord Carnarvon, cuando éste le preguntara qué veía al abrir la fastuosa cámara mortuoria: “¡Veo cosas maravillosas!”.
El descubrimiento de la tumba de Tutankamón y, sobre todo, el de su máscara —el objeto de arte más costoso del planeta— hecha de oro macizo, obsidiana, lapislázuli, cuarzo, turquesa, cornalina y vidrio, avivó y despertó el interés de muchos por el conocimiento del antiguo Egipto, con su hipnótica atracción, y que refleja un período de la humanidad enigmático y desconocido aún en su mayor parte. Esas “cosas maravillosas” nos muestran el esplendor de una sociedad refinada, cuna de las tres pirámides y la Esfinge de Guiza, cuya mayor preocupación giraba en torno a la inmortalidad del espíritu y a la exploración de los cielos en busca de su origen cósmico. Egipto ha significado para mí un lugar que siempre he llevado en mi corazón y al cual tuve la inesperada oportunidad de ir en un mágico viaje que solo se da, en mi caso, una vez en la vida, y que reafirmó mi pasión por una cultura surgida ya madura, casi de la nada, en pleno desierto.
De modo que celebraciones como el primer centenario del descubrimiento de la tumba de Tutankamón no pueden ser ajenas a quienes contemplamos el mundo desde otra perspectiva, pues el antiguo Egipto, con sus fabulosos monumentos y edificaciones, nos llama y nos impele a difundir el encanto de esa civilización milenaria que se pierde en la bruma de los tiempos. Y no tendría nada de extraño que en un futuro cercano se hallaran bajo la colosal Esfinge cámaras secretas que revelaran el verdadero origen de la tierra de los faraones.