
Redacción Cultura – elespectador.com / www.latardedelotun.com _______
Bienvenidos a “La esquina delirante”, un espacio en el que las historias cobran vida en pocas palabras, el hogar de los escritores de la minificción.
Tarea escolar
Antes de finalizar la clase, la profesora les solicita el encargo:
ꟷRecuerden para mañana traer su barro venusino, varios gramos de helio e hidrógeno y los demás materiales que enviamos a los tecnocuadernos. También, su kit de seguridad nuclear. Haremos el experimento semanal en nuestro laboratorio de reacción.
ꟷ!Eh,yuuju, vamos a hacer por fin la réplica del antiguo sol! ꟷcomentan los estudiantes más aplicados.
ꟷ¡Uy qué aburrimiento, otra vez esas estrellas prehistóricas!ꟷ. replican otros.
En ese instante la onda del timbre expansivo de finalización de clases se esparce por los salones. Los estudiantes salen corriendo hacia sus viviendas subterráneas. Los más despistados solicitarán a última hora a sus padres los materiales. Cae la tarde. Mientras los acudientes buscan el recado en las papelerías más cercanas, las grandes lámparas fotones de la mega cápsula apagan su brillo, recreando ahora la sensación de noche y de claro de luna en el gran cóncavo de cristal del firmamento. Ellos recuerdan también el tradicional experimento escolar en su materia de fusión nuclear y cierta nostalgia los invade al imaginarse el brillo dorado que tuvo algún día aquel astro sol.
Santiago Fernández González
Euforia
El frasco de cristal estalló contra el suelo y la luz se derramó en su totalidad. Recién había recibido el frasco que contenía la felicidad de toda una vida y al vislumbrar rápidamente lo que su torpeza auguraba solo supo tumbarse al suelo y embadurnarse de luz mientras se restregaba eufórico. Mientras entornaba los ojos de placer pensaba que jamás se había sentido tan vivo, la luz recubría su ser en éxtasis; nunca se imaginó lo mucho que le haría falta luego en la vida.
Andrés Jácome
Vestido amarillo
Su vestido amarillo acaparó las miradas. También, su silueta envuelta en fina lana y el movimiento de su falda al andar, acompasado por el ritmo de sus caderas.
Era nueva en el pueblo. Su aura le hacía difícil no ser objeto de miradas y motivo de qué hablar. Resultaba un invaluable personaje para un pueblo que oscilaba entre lo aburrido y lo escandaloso, igualmente rutinario. Hermosa y misteriosa, a pesar de ser sociable y sonriente, despertaba curiosidad.
Surgían preguntas, la mayoría inapropiadas: ¿Por qué una mujer tan hermosa sigue soltera y decide vivir en un lugar remoto? ¿Huiría de algo o de alguien? ¿Sería una policía encubierta? ¿Una millonaria aburrida?
La más relevante: ¿Sería posible que se fijara en mí? Mientras surgían nuevas preguntas me interrumpió la intensidad de su mirada. Pasó a mi lado y me sonrió. Fue la sonrisa más dulce que vieron mis ojos. Iluminó mi día. Luego avanzó con pasos letárgicos y una mirada apagada. Vi su tristeza luchar con su desbordada belleza. Me levanté, dispuesto a seguirla. Quería descubrir lo que guardaba la maleta de aquella forastera. Metros más adelante, dejó caer un papel. Era una señal. Y mi nuevo destino.
Vanessa Valencia Barroso (Panamá)
Un día cualquiera
Salgo por la puerta de casa como cada mañana y veo a Julián un día más sentado en el bar de la esquina. Alcohólico y lector empedernido, otea a derecha e izquierda todo lo que pasa. Le saludo y él me corresponde. Bajo un umbral cubierto de enredaderas, dando sombra y colorido, lleno de buganvillas, un grupo de ancianos cuentan sus historias. A lo lejos veo a Enrique, separado, taciturno y negativo, siempre viendo lo que nadie ve. Al fondo de la calle vienen Dolores y Angustias, descarada una y alcahueta la otra. Acelero el paso como señal de tener prisa y no poder detenerme, me cruzo con ellas y las saludo.
Entro en el horno y compro una barra de pan y unos cruasanes. Regreso a casa, a mi hábitat, donde me encuentro seguro, hasta que mi vecina Gloria llama a la puerta. Es para pedirme un poco de sal, azúcar o lo que sea; a continuación, me lanza un piropo. Haciéndome el tonto una vez más, con cualquier excusa, le cierro la puerta en las narices.
José María Andreo Millán -Valencia-España.