
EL KARMA DE LA CORRUPCIÓN. Colombia se había acostumbrado a la corrupción en las diferentes regiones, en las grandes ciudades, los pueblos más modestos, desde el gobierno central y los territoriales. La corrupción ya no era un estigma social que significara escarnio público o vergüenza, al contrario, en algunos espacios sociales y políticos ha sido aceptado, adoptado como vía expedita para escalar económicamente. Lo anterior ha generado, desesperanza, aprensión, escepticismo y temor en la gente honrada, al pueblo en general, que es el público habitual en estos escenarios corrompidos.
Nuestro país ocupa uno de los primeros puestos a nivel global en corrupción y es una de las mayores preocupaciones de los ciudadanos. Este fenómeno ha permeado no solo las esferas de la administración pública y el poder político en toda la geografía nacional, también involucra el sector empresarial, los poderosos grupos económicos que se apropian del erario mediante triquiñuelas, multimillonarios contratos y exenciones tributarias logradas por sus lobistas en contra del interés del Estado y en detrimento de la Nación.
Las desvergonzadas prácticas de la clase política que ha gobernado este país se hacían hasta hace poco a plena luz del día, sin que les preocupara quedar en evidencia ante la opinión pública o fueran descubiertos e investigados. Las instituciones encargadas de ejercer control, vigilancia y justicia sobre estos delitos no lo hacían de manera eficiente, (aún algunas no lo hacen) y la impunidad es el caballo de batalla de todos aquellos corruptos que ejercen el poder. Han desarrollado sistemas efectivos para defraudar el Estado, conformando bandas delincuenciales de cuello blanco para estafar y robar el erario y evadir impuestos.
Hoy, algunos de esos huérfanos de la corruptela, son los que patalean por los cambios del nuevo manejo del Gobierno a los recursos públicos, igualmente a la contratación en general y al destape de un sinfín de estrategias criminales. Golpes contundentes a los grandes capos, incautación de alijos gigantes de drogas y las certeras incautaciones al contrabando y detención a sus jefes. La revelación por fin, de las identidades de quienes orquestaron la guerra sucia en los últimos 30 años, militares policías, políticos, empresarios.
Personas de estas características ocupan toda la escala social, desde los más humildes recaderos y contratistas de base, hasta los más encumbrados lagartos, negociantes de la contratación y dirigentes de las estructuras políticas, los dueños del CVY. Este cáncer está diseminado en toda la sociedad, alcanzando una profunda penetración en toda la estructura de la Nación y del Estado.
En nuestra querida Colombia hay corruptos de todos los pelambres y los ciudadanos asqueados o cansados miramos para otro lado, ¿Nos hemos acostumbrado a la corrupción? A ser observadores inmutables o haciendo parte de estas cadenas de depravación. ¿Todo tiene un precio? ¿Si es en beneficio personal, ya no es malo? ¿Tenemos un costo para tolerar la corruptela? ¿Somos por herencia histórica un pueblo corrupto? ¿El pecado de estas prácticas está en dejarnos pillar? ¿Cambiará algún día el poder judicial y el legislativo en Colombia? ¿Cargaremos este karma vergonzoso por siempre?
La corrupción es el principal y más nefasto cáncer del país, estamos en un punto de quiebre histórico para erradicar de una vez por todas esta funesta realidad.