
www.latardedelotun.com / Fuente: Javier Gómez Ramírez._________
Hoy Don Olmedo Ospina está de cumpleaños y por antonomasia también el Rincón Clásico, son 91 años de uno, aunque hace un par de años que nos dejó su cuerpo físico y 71 del otro, en donde habita todavía hoy en sus paredes Don Olmedo. Para los 60 años del Rincón y los 80 de Don Olmedo escribí la crónica que comparto a continuación, con ella inauguramos el primer número de la revista equinoccio, cuya portada finamente enmarcada decora muy bien una pared de aquel lugar sacro a la bohemia. La comparto nuevamente para el interés general, pero en especial por la nostalgia particular.
El Rincón Clásico
Por: Eduardo Pulido G
El Rincón Clásico existe en una antigua casa ubicada en plena esquina de la carrera 2.ª con calle 22; para llegar a él hay que descender, puesto que Pereira está diseñada -por esos caprichos de la historia de algunas urbes, construidas en linderos y lomas- pensando mucho en el oro extraíble de momento y poco en el futuro del caparazón que quedaba. Hace unos años la zona era un barrio típico de la clase media que hoy por hoy se ha ido desplazando hacia periferias más tranquilas, por lo que ha ido perdiendo prestigio. Por dichas condiciones geográficas es difícil avistar el sitio hasta casi encontrarse con él, empero, desde una cuadra a la redonda es posible ubicar el local por lo que mejor se le distingue: su sonido; porque este es una morada para la música, y no para cualquiera. En los siete años que llevo asistiendo al Rincón (lo llamaré así de ahora en adelante) nunca se ha escuchado nada que está de moda en la emisora, tan así que reggeton parece ser una palabra no identificada por el dueño; un día le pregunté de forma arriesgada y jocosa por el tema y me dijo que él de eso no vendía, que solo tenía soda y cerveza; supongo que fue por aquello de los años que hacen imperceptibles esas palabras que nos son tan ajenas.
Los que asisten, lo hacen para escuchar lo que no es posible en otra parte, y con esto no se hace referencia solamente al tipo de música; todos los que cohabitan este sitio -empezando por su dueño, don Olmedo Ospina- parecen divagar en el silencio propio; de tal forma que es perceptible hasta el creptiar producido por el contacto de la aguja sobre el acetato, ese es un dato importante, la mayoría de la música allí presente son vinilos: 5400 LP´S, 1200 discos de 78 RPM ,1400 cassetts y 500 CD´S, todos debidamente registrados en un cuaderno voluminoso y viejo y transcritos en un sencillo programa de Excel cuyo trabajo tardó seis meses.
A primera vista, el Rincón conserva los rasgos característicos de una casa de pueblo, con puertas de madera pintadas de verde crema y su fachada dividida en dos tonos de rojo; al entrar, sin importar por cual de las dos puertas se haga, es fácil percibir la mezcla del olor amaderado, producido por el hollín de pipa impregnado en las paredes, puertas y ventanas, edulcorado con el licor que todos los días se riega, olor que algún catador podría confundir con el aroma alegre de los vinos.
En su interior, las paredes están atiborradas de retratos, afiches publicitarios, certificados de asociaciones de coleccionistas y decenas de recortes de periódicos y revistas con notas dedicadas a este; todos meticulosamente enmarcados por su dueño y puestos estratégicamente para la contemplación solitaria o la dispersión colectiva, resaltan un par de frases escritas en retablos, de la que cito una, ubicada en la intersección de la pared con el techo que dice:: “Si no sabes cantar guarda silencio para que la música se escuche mejor”; frase que condensa de cierta manera la filosofía de esta silente morada. Es difícil encontrar un espacio de pared libre en toda la extraña figura hexagonal que tiene la casa. Toda la disposición del emplazamiento está así, como una obra ya lograda, donde cada componente aparentemente accesorio es indispensable para entender toda la estructura; no es posible concebir ese espacio sin un de sus cuadros, con un disco menos, habría una mutilación imperceptible para el ojo, mas insoslayable para el alma. Hay ocho grandes mesas de madera y sus respectivas sillas de cuero organizadas de a tres y de a cuatro según lo permite el reducido espacio, un televisor, un teléfono, un pequeñísimo orinal masculino y un particular baño para damas con puerta corrediza, después unas escaleras que conducen a un altillo, de poca altura, no precisamente cómodo, desbordante de intimidad; un nicho para los amantes que como describe Jaime Sabines está imbuido por el sosiego porque: “las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.”.
Don Olmedo es un hombre robusto, de rasgos fuertes, -que se manifiestan en cada una de sus prominentes arrugas-. Todo su ser es una composición de ademanes parsimoniosos y rituálicos, su caminar, su frágil sonrisa, su saludo seco, su cabello albugíneo, su ceño, la forma en que consume su pipa; todo está dispuesto en él como un plan preconcebido, una obra teatral finamente ensayada; pero no hay nada fingido, es una vida que ha tomado para sí la costumbre, sin ser víctima de ella -como es común en las personas seniles- se ha posado cómodo en su regazo y ha encendido un puro. Hablar con él es una labor compleja, un ejercicio poco fructífero, hay que arrancarle las palabras con esfuerzo sobrehumano, es sumamente parco, se nota en su mirada a la distancia, sin embargo, desbaratando eso, se halla un silencio cándido y allí es donde está contenida su esencia -y la del Rincón- en comunicarse desde la palabra del otro, para hablar con Don Olmedo hay que prestar atención a la música de fondo, a la etérea mueca escondida en su bigote.
El Rincón surgió como la propuesta de un muchacho veinteañero de tener un lugar para la buena música, en ese entonces el nombre originalmente hacía alusión a la música culta, En Bethoven dice Don Olmedo -luego de una lucha intensa para robarle un dialogo- está la verdadera música, mientras coloca en uno de los dos tornamesa la Sinfonía n.º 3 en mi bemol mayor, op. 55. Luego, con el devenir, todo lo que estuvo de moda fue perdiendo popularidad y lentamente devorado por este sitio, así, sin conflicto, lo que una vez fue un tango parafraseado en todas las cantinas por jóvenes ebrios y disonantes, es ahora un acetato entre miles de una estantería selecta, donde llega eventualmente uno que otro anciano para revivir frugalmente una reminiscencia taciturna, un canto lleno de gozo y nostalgia en una palabra: volver.
Pervive una incomprensible e indisoluble amalgama entre Don Olmedo y el Rincón, una sinergia forjada por los años, de modo tal que el 6 de Marzo se cumplían al mismo tiempo 60 años de un bar y 80 años de un hombre. No es posible entender el uno sin el otro, no se puede apreciar el bar sin sentir afecto por su dueño; ambos han sido bruñidos por el tiempo hasta llegar a la bella simbiosis que encontramos de domingo a domingo a eso de las 4 p.m. Una antonomasia irreductible se transforma en una preocupación por el futuro de un lugar tan necesario, seguramente el Rincón seguirá después de Don Olmedo, sus hijos y sus nietos lo vaticinan; pero que paisaje huérfano sería, que visión abyecta y triste, a menos que él no se vaya, que se quede perenne e intangible, como parte del ambiente del local, como su olor amaderado