LA CONTRADICCIÓN DE ARQUETIPOS POSICIONADOS Y LA REALIDAD QUE EMERGE EN COLOMBIA.

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En Colombia existen arquetipos que han sido establecidos como modelos o identidades oficiales, y se han convertido en ideales que no corresponden con la complejidad de la realidad social y cultural del país. La realidad que surge, con todas sus contradicciones y matices, termina desafiando o poniendo en evidencia esas imágenes proyectadas, generando una tensión entre la construcción simbólica y la experiencia concreta de la población. Esto se ha hecho más evidente en los últimos cuatro años, cuando por ejemplo, la mayoría de colombianos caen en cuenta si se reconocen o no, por ejemplo, en los programas de TV de canales comerciales o lo que ven ahora en Señal Colombia.

Veamos, en nuestro país, la historia ha estado marcada por una profunda contradicción entre la imagen que los medios y el poder han proyectado y la realidad de su población. Durante décadas, la televisión, la publicidad y los discursos oficiales han construido un estereotipo del colombiano ideal: alto, blanco, de rasgos europeos, con un perfil que parecía representar la aspiración de un país que se definía a sí mismo por una imagen homogénea y, en muchos casos, excluyente.

Este arquetipo ha sido utilizado como símbolo de éxito, progreso y civismo, alimentando una visión que excluía e invisibilizaba la diversidad étnica, cultural y social que caracteriza a nuestro país. La presencia en los medios de un colombiano “perfecto” sirvió para crear una narrativa de pertenencia y orgullo que, en realidad, marginaba y desvaloraba a las comunidades indígenas, negras, mestizas y a aquellos que, por su apariencia, no encajaban en ese molde perfecto.

Sin embargo, en los últimos años, hemos sido testigos de un cambio profundo en la composición, por ejemplo, de los cargos de gobierno y en la representación pública. Hoy, vemos a indígenas en posiciones de poder, a negros y mestizos en cargos ejecutivos y legislativos, y a un país diverso reflejado en sus líderes. Este fenómeno, lejos de ser motivo de orgullo unánime, ha generado en algunos sectores una sensación de desconcierto, incluso vergüenza y en otros de rechazo, “la gente de bien”, que no acepta esta realidad o como si la realidad que ahora se muestra en la política, en los medios y en la sociedad no correspondiera con esa imagen idealizada que nos vendieron.

Este fenómeno revela una contradicción profunda: la percepción social ha quedado atrapada en un imaginario superficial, mientras que la verdadera identidad del país, su diversidad y riqueza cultural, están emergiendo con fuerza. La dificultad para aceptar y reconocer esa realidad refleja un problema de autoestima colectiva, de prejuicios arraigados y de una historia de exclusión que aún pesa en nuestra forma de vernos a nosotros mismos. Lo importante es que vamos avanzando, la Nación, va aceptando y empoderándose de lo que realmente es.

Es urgente que comprendamos que la verdadera imagen de Colombia no es la de un país homogéneo y estereotipado, sino una nación plural, compleja y vibrante en su diversidad. La inclusión de diferentes rostros en el poder debe ser vista no como una anomalía, sino como un reflejo genuino de nuestra realidad social. Reconocer y valorar esa diversidad no solo enriquece nuestra identidad, sino que fortalece nuestra democracia y nuestro tejido social.

Es hora de que superemos la contradicción entre la imagen falsa y la realidad auténtica. Solo así podremos construir un país más justo, respetuoso y orgulloso de su verdadera esencia multicultural. La historia de Colombia no debe ser definida por estereotipos, sino por la valentía de aceptar, celebrar e integrar todas las voces que conforman su alma múltiple.

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