
Por: Juan David Correa / www.latardedelotun.com – publicada en Cambio. ______
Este 29 de julio se conmemora en Santa Marta el arribo de las primeras naves y sus tripulantes españoles al norte de Colombia. La primera fundación hispánica de América que permanece en pie aún hoy, ocurrió, según los archivos que constan en las crónicas de Indias, en su mayoría resguardadas en el Archivo de Indias de Sevilla, en el emplazamiento de Santa Marta, en 1525. En 1526 se creó el cargo de cronista. El primer designado fue fray Antonio de Guevara, y luego, en 1532, Gonzalo Fernández de Oviedo. Ante la evidencia de la aparición de un territorio ignoto para la monarquía, era obvio que había que construir un relato sobre la gesta de los aventureros, luego llamados conquistadores, que habían comenzado a embarcarse a partir de 1492, con el primer viaje de Cristóbal Colón. «Había cronistas oficiales y no oficiales, y los textos que ambos producían eran sometidos a la censura antes de su publicación: el poder central decidía si el texto se podía publicar, si se hacía total o parcialmente, con o sin modificaciones. Así el Estado español podía manipular la información que contenían las crónicas, de acuerdo con intereses políticos como la legitimación de la ocupación española, la justificación moral de la conquista y la evangelización de los indígenas», como lo escribe la historiadora Mariluz Toro.
Lo que algunos llaman hoy, con ingenuidad perversa, un encuentro, no fue más que una arrasamiento brutal en el cual se opusieron dos sustantivos para justificar, en nombre de la civilización, la verdadera barbarie que se produjo, tanto por causas militares, coloniales, como de salud pública y salubridad. El otro, aquel que moraba en el territorio que iba a conocerse como la Nueva Granada, pero que podía llamarse Gonawindúa, por aludir, por ejemplo, a la Sierra Nevada de Santa Marta, se convirtió en el sujeto de controversias, como la de Valladolid, en 1550, en la cual se enfrentaron Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda, para debatir sobre la naturaleza de los habitantes de esta parte de la Tierra, pueblos originarios que moraban desde hacía siglos en el continente americano.
Se creó desde entonces una mentalidad y una forma de control social, religioso y jurídico, entre otros, mediante las cuales se establecieron mecanismos e instituciones coloniales que prevalecieron —y prevalecen— hasta hoy. Aquí puede leerse la opinión de fray Pedro Aguado, quien llegó en 1529 a relatar y contemplar a quienes consideraba salvajes y bárbaros: «La experiencia nos ha mostrado, que antes viven [los indios] a imitación y ejemplo de fieros y agrestes animales que de hombres humanos».
Estos «agrestes animales» supieron muy pronto que no había alguna pretensión de entablar un diálogo o un encuentro con ellos. Aunque, por supuesto, hubo intercambios y relaciones, los pueblos que entendían lo insondable de nuestro espíritu y sus conexiones físicas, químicas y sensoriales con el cosmos —no eran antropocéntricos como quienes pisaban sus territorios— se remontaban al origen de los tiempos. Así que entendían que primero estaba el mar.
«Todo estaba oscuro. No había sol, ni luna, ni gente, ni animales, ni planetas. El mar era la Madre; la Madre no era gente, ni cosa alguna. Ella era el espíritu de lo que iba a venir y ella era pensamiento y memoria. Aluna era el pensamiento. Y el pensamiento es el origen de todo ser. De él se desprenden todos los seres espirituales, misteriosos y poderosos, creadores del mundo en el cual vivimos como Skukui, Seiyankua, Kajantana, Seinekun, Duguenavi y Seraira. La creación del mundo se efectuó en dos etapas: en la oscuridad, cubierta la tierra en ese entonces de gases que algún ser misterioso creó. Cuando el pensamiento Madre quiso, apareció la luz: el sol, la luna, los planetas y todas las luminarias que existe en el firmamento. Todavía entonces no había ser viviente, sólo seres inanimados como la piedra, el agua y la tierra, pero no era laborable. Después apareció la vida en el agua como las algas, pero todavía Aluna no había hecho tierra buena, ni hombre ni animales, ni peces en el mar. Entonces Aluna Java parió un hijo a quien llamó Seiyankua; después parió otro denominado Sukukui, luego otros: Makuyantana, Seraira y Seinekun. Todos estos tuvieron una gran labor en la creación del mundo.
«La Madre-Pensamiento, Aluna Java, hizo cuando le pareció un ser humano sin huesos, sin ojos, sin pies, sin manos, lo cual no representaba nada, ni trabajaba, era como gelatina; viendo ella que esto no servía hizo al hombre con huesos, ojos, pies y manos, pero no hablaba ni trabajaba; por último, hizo al hombre normal con huesos, ojos, pies y manos, éste si hablaba y trabajaba. Fue entonces cuando Sikuku, Seiyankua, Seraira, empezaron a hacer cada uno su trabajo sobre la madre tierra según Aluna les había recomendado», según el mito de creación del pueblo Kogui.
A pesar de pasar por el filtro de la censura, los primeros relatos del arribo de las naves españolas con sus tripulantes muestran de manera bastante clara lo ocurrido: como lo relata Bartolomé de las Casas, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias: «Verdaderamente afirmo que si en particular hubiera de referir las maldades, despoblaciones, injusticias, violencias, estragos y grandes pecados que los españoles en estos reinos de Santa Marta han hecho y cometido contra Dios y contra el Rey y aquellas inocentes naciones, yo haría una larga historia». Y citando al obispo de la provincia de Santa Marta: «Vuestra Majestad tiene más servidores por acá de los que piensa, porque no hay soldado de cuantos están acá que no ose decir públicamente que si saltea, o roba, o destruye o mata o quema los vasallos de VM:.
Desde hace nueve meses, a partir de un debate que tuve con algunos representantes a la Cámara, y después con el cantante y músico samario Carlos Vives, propuse que lo que se había concebido como una celebración, se matizara y se convirtiera en una conmemoración que ha tenido lugar durante esta semana y tendrá su conclusión este próximo fin de semana y el lunes mismo martes como fecha fijada. Hoy celebro que en la radio de ayer en la mañana así se mencionara y dijera. A pesar de ello, cuando escucho a algunas voces insistir en que lo relatado hace quinientos años, sustentado por historiadores de todas las épocas, se trata de una exageración o una especie de leyenda «negra» y que la supuesta traición a Rodrigo de Bastidas fue la que ocasionó todos esos males en nombre de la cruz, la espada, la lengua, y una idea del mundo que prevalece hasta hoy, no puedo sino lamentar que insistamos en propalar una idea que ha construido, ahora con astucia y zalamería, la ultraderecha española, según la cual todos somos «hispanos» y debemos celebrar que nada de lo acontecido ha impedido que podamos crear afectos, lazos, relaciones plurales, saberes, ciencias y artes; que todos hablemos una bella lengua, como la castellana, ahora española, que todos tengamos que creer que no ocurrió una empresa como la esclavista que produjo uno de los grandes horrores de la humanidad; que nos tengamos que convencer de un relato naíf, colonial, que insiste en decirnos que somos un melting pot, una suma de culturas y que debemos dejar de quejarnos, de amargarnos, en nombre de un nuevo colonialismo llamado hispanidad.
Colombia es una república intercultural; su dignidad es parte del asunto que ha estado en juego estos últimos tres años. No se trata de francotirar ninguna expresión festiva, artística y cultural: se trata de defender una idea, la de que no somos un solo cuerpo, una sola cultura, un hombre mestizo que borra la africanía, los pueblos originarios, los campesinos, las mujeres, las diversidades.
Que no somos un conquistador, así muchos sigan pensándose de esa manera.