HAMBRUNA

Por: Marta Orrantia – Cambio / www.latardedelotun.com ______

Un niño desnutrido abre la boca en un grito que no escuchamos. Está colgado de los brazos de su madre, que llora con él. Otro niño, más pequeño, yace moribundo en una esquina, ya tal vez sin esperanza. Un padre herido carga un bulto de comida en la cabeza y dice que arriesga su vida para llevar algo a su familia. Lo dice mientras la sangre le baña la cara, lo dice con la voz cortada, con los ojos secos de tanto llorar, con los labios resquebrajados por la sed.

Gaza está sufriendo de hambre. La gente está muriendo porque los bloqueos de Israel no permiten que entre comida en la región y los pocos convoyes que pueden pasar son atacados, literalmente, por hordas de personas, muchas de las cuales no son padres o madres que buscan alimentar a su familia, sino acaparadores, que venden lo que puedan en el mercado negro a precios exorbitantes.

Las imágenes de Gaza son aterradoras. Son crueles, violentas, una vergüenza para una humanidad que se cree civilizada, pero aun así deja que esto ocurra en sus narices. Porque el mundo entero ha escogido mirar a otro lado, como si esta tragedia y esta hambruna y esta cantidad de muertes inocentes no fueran con ellos. Ni los países de Medio Oriente, ni Europa, ni los Estados Unidos han intervenido, y cada uno tiene sus razones políticas para mantenerse al margen. O no, al margen no, porque al tiempo que se hacen los de la vista gorda con la tragedia humanitaria, venden armas a uno y otro ejército y apoyan, con su silencio cómplice, un asesinato masivo.

Esto empezó a cambiar hace pocos días cuando el presidente de Francia, Emmanuel Macron, dijo que reconocería a Palestina como un Estado. Lo siguió el primer ministro inglés, Keir Starmer, quien advirtió que si Israel no pactaba un cese al fuego con Hamas para septiembre, secundaría la propuesta de Macron, y un día después hizo lo mismo el primer ministro canadiense, Mark Carney. Puede ser que obraran conmovidos por lo que han visto, o presionados por sus votantes o por sus bancadas. Da igual. Pero me pregunto si su advertencia no será demasiado tibia y, sobre todo, si no será demasiado tarde.

¿Qué pasa de aquí a septiembre? Un mes más de muerte, un mes más de hambre, un mes más en el que van a morir cientos de niños. ¿Y luego qué? Las afirmaciones de los mandatarios, si bien pueden tener intenciones loables, no van a resolver nada a corto plazo, y tampoco creo que a la larga consigan mucho. No van a lograr intimidar a Netanyahu para que deje entrar ayuda humanitaria, no van a lograr que Hamas libere los rehenes que tiene todavía en su poder ni van a conmover el alma de aquellos que roban la comida para vendérsela a los que no tienen acceso.

Los niños, entonces, van a seguir muriendo quién sabe por cuánto tiempo más. Porque la hambruna no resiste un mes, y mucho menos hasta que haya un cese al fuego. No aguanta hasta septiembre, cuando sesione la Asamblea General de la ONU y se tome una resolución, cualquiera que esta sea, porque a nadie involucrado le va a importar. Y mientras todos evalúan los riesgos de levantar su voz, mientras todos analizan las implicaciones de una sanción a Israel, mientras todos cuentan cuántos camiones con comida deben entrar en la franja de Gaza, habrá muchos enterrando a sus hijos, a sus padres, a sus abuelos. Familias enteras muertas de hambre. Y nosotros seguiremos pensando que esto no nos concierne.

“Decir que se gana una guerra es como decir que se gana un huracán”, es el dicho, y en este caso, tal vez más que nunca, los que se crean vencedores tendrán a su haber y en su conciencia miles de muertos inocentes.

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