Parte XIII – Nuevo siglo, vida nueva.

Autor: Leonardo Franco Arenas – www.latardedelotun.com ______

– Tranquilo Pablito, dejá los nervios hermano, mirá que solo vas a pedir la mano de Anita,

– Y te parece poco Carmen; estoy como mareado dame otro amarillo,

– No más Pablo, a ese paso vas a llegar gatiando a la casa de los suegros, ¡calmate!

Eran los momentos previos a la salida de Pablo y su familia para la casa de los Velázquez a hacer oficial el compromiso con Ana María, las dos familias eran católicas y bajo esa tutela, creían garantizar la constitución de parentelas pías, bajo preceptos de sanas costumbres se dedicarán ellas, las mujeres, a procrear y levantar los hijos y el hombre a proveer lo necesario para el sustento, dejando a un lado las vagabunderías propuestas por los liberales radicales que desde mediados de los sesenta pretendían instituir leyes que convalidaran el matrimonio civil en Colombia, esa, era la posición de la iglesia católica y el pensamiento de las dos familias. Ese día de marzo del 1900 en los albores el nuevo siglo, la familia Velázquez tenía todo dispuesto para recibir a Pablo y sus familiares, además contarían con la presencia del párroco de Nuestra Señora de Las Mercedes, el padre Abad para la consagración de esta futura alianza, bajo la bendición de la iglesia. Así pues, pasaditas las seis de la tarde salió el grupo familiar de la finca para la casa de don Pompilio, iban, José María y María, los papás, la tía Eloísa, Carmen la hermana y Pablo, todos limpios y bien vestidos, con algunos regalos para la nueva familia política. Chepe no era muy amigo de este tipo de reuniones, a regañadientes caminaba, mascullando para sí mismo su inconformidad, claro que no la hacía muy evidente, ya que su mujer lo miraba de cuando en cuando con el ceño fruncido y le advertía,

– Mirá Chepe, no nos vas a avergonzar delante de esta gente, acordate que la niña va a ser nuestra nuera, aguántate y ni se te ocurra emborracharte en esa casa,

– ehhhh mija, usté si echa cantaleta! Más bien apúrese pa que salgamos de esto rapidito,

Los demás los miraban divertidos, viendo cómo doña María lo llevaba de la mano casi a rastras.

La situación en Colombia es caótica por esos días, la recesión económica castiga duramente los bolsillos de sus habitantes especialmente a los más pobres, los que trabajan alquilados laborando en el campo, aparceros, artesanos y pequeños comerciantes. El gobierno de Marroquín exprime hasta el último peso para financiar los gastos de guerra luego de su derrota en la batalla de Peralonso; Sanclemente había sido derrocado y el nuevo gobierno apenas arrancaba. La base de la economía nacional estaba ya sustentada en el café, siendo Santander el primer productor nacional y Antioquia el segundo, la calidad y cantidad del grano disponible para los mercados internacionales era muy buena, pero el precio se derrumbó desde el 95, impactando la economía nacional; en estos momentos quienes se apretaban la correa eran los pequeños cultivadores y aparceros, ellos le ponían el pecho a la crisis, los grandes hacendados solo se encargaban de exigir las mismas utilidades de antaño a sus arrendatarios. La impresión de billetes se hace sin el respaldo del banco central, el papel no es adecuado, hasta en papel ordinario lo acuñan, el valor de este dinero no es confiable.

La Iglesia católica luego de la constitución publicada en 1886 es el segundo poder en la nación, de acuerdo a su preámbulo y al concordato vigente con la Santa Sede, todos los representantes de la curia gozan de poder y prestigio, casi siempre por encima de las autoridades civiles y militares. Los liberales radicales se repliegan hasta Cúcuta y Bucaramanga en un evidente error estratégico y no marchan a Bogotá como era de esperarse a tomar el poder y permiten que las derrotadas fuerzas oficiales se reagrupen en diferentes zonas.

En medio de este escenario nacional y con la calma chicha por estos días en el estado de Antioquia, Pablo y su familia llegaron a la casa de los Velázquez ubicada a una cuadra de la plaza a escasos metros del negocio de don Pompilio. Fueron recibidos con solícita amabilidad y cortesía por parte de los anfitriones, e invitados a seguir a la espaciosa y acogedora sala, aunque sin lujos ni un pretencioso mobiliario. Se sentaron en un semi círculo los mayores y el novio, las mujeres jóvenes rodeaban a la novia en uno de los costados del recinto. Escanciaron unas cuantas copas de jerez y aguamiel de menta y limón para las señoritas. Ana María, no dejaba de restregarse las manos enfundadas en unos guantes blancos de seda, miraba por el rabillo del ojo, tanto a Pablo como a sus padres, el aguamiel acentuó el rubor en sus mejillas y un leve sofoco amenazaba con doblarle las rodillas. Las golosinas y colaciones que habían llevado los Arenas giraban en bandejas por toda la sala, mientras la charla se iba centrando en el tema importante.

– Bueno Pablo, comenzó el dueño de la casa, estamos aquí para escucharlo,

– Si don Pompilio, como hombre de palabra y de acuerdo a lo hablado con usted anteriormente y al gusto mutuo que hay entre su hija Ana María y yo, vengo acompañado por mis padres y familia para respaldar este momento, para que me conceda la mano de su hija, deseo casarme con ella.

Cuando Pablo dijo esto último, Anita casi se desvanece, Carmen y una de jovencitas de la casa, la sostuvieron para que esto no sucediera.

Posteriormente tomó la palabra el padre de la novia, envalentonado por las copas de jerez que había tomado, hizo las recomendaciones del caso, dándole la bienvenida a la familia y concediendo el sí a la petición; luego Pablo se acercó a Anita, le tomó la temblorosa mano, que como por arte de magia no tenía el guante y le puso el anillo que había adquirido para ella en su último viaje, todos aplaudieron emocionados.

Pasaron a la mesa y allí entre los padres se propuso reunirse en unos meses para fijar la fecha de la boda, de acuerdo a como fueran los acontecimientos de la guerra, mientras tanto se adelantarían los pormenores, casa de habitación, padrinos.

La vida siguió su curso de manera casi normal, a veces llegaban noticias de escaramuzas por parte de los dos ejércitos enfrentados, en otros territorios. Pablo y su familia trabajaban la tierra de manera habitual para cumplir con las cuotas cada vez más altas que imponía el dueño de la tierra, el patrón de Sonsón. Una noche, Joaquín el tío llamó aparte a Pedro y a Pablo,

– Sobrinos, la situación está muy jodida, como ustedes saben su papá tiene el agua al cuello, con decirles que está pensando vender el táparo para ver cómo le completa una cuota a don Aniceto,

– Pero tío es injusto lo que hace este señor con la familia,

– Injusto o no, pero como él dice es su tierra mijo y que si no nos gusta la podemos entregar, con esto de la guerra la gente se está muriendo de hambre, otros, yéndose para el sur,

– Yo tengo unos buenos ahorros habló Pablo y con Pedro hemos pensado comprar una tierrita por acá cerca, mi hermano tiene más conocidos y va a mirar con quien se puede hacer que no sea angurrioso y nos dé un buen precio,

– Joaco, no le vas a decir nada a mi papá, espérate que haya algo serio y le decimos a ver qué opina, remató el hermano mayor,

Días más tarde apareció don Aniceto en compañía de tres de sus hombres, desde el caballo llamó a gritos a José María, ese día los hijos no estaban en la finca, solo estaba acompañado por Joaco y las mujeres,

– Oíste Chepe, no te me hagás el vivo con las obligaciones, estás atrasao con el pago y yo urgido de plata, tengo que cumplir con unas obligaciones y traer unas campanas de Medellín para la iglesia, si no sos capaz de cumplir, salí de mis tierras con esa recua de indios ¡desagradecidos! Mal nacido,

Las mujeres habían salido al patio y presenciaban la agresión, Joaco se percató del movimiento de Chepe para sacar su peinilla, disimuladamente le puso la mano en la cubierta y con una mirada lo calmó.

– Si no te ponés a paz y salvo en diez días, yo mismo vengo, los sacamos como perros y sin nada, lo que hay en la casa, ahí se queda en pago, incluyendo los animales, ya lo sabés viejo tramposo,

Dando media vuelta volvieron al camino.

José María se sentó en una banqueta de guadua temblando de impotencia, de rabia contenida, la esposa le alcanzó una totuma con agua fresca,

– Cálmese mijo, esas iras le pueden hacer mal,

– Y como querés que me calme mujer, cuando viene este desgraciado a tratarme mal delante de mi familia, a humillarnos de esta manera sabiendo que durante estos años siempre le he cumplido,

Terminando la tarde llegaron los hijos, extrañados desde que llegaron por las caras de los familiares, cuando les contaron lo sucedido, los reunieron a todos,

– No se preocupen, Pablo y yo estamos negociando una tierra, pronto nos darán un precio, esperamos que sea justo, dijo el hermano mayor.

Las noticias del recrudecimiento del conflicto armado eran pan de cada día, varios de los propietarios de pequeñas parcelas las tenían en venta, la meta era migrar hacia el sur en busca de nuevas oportunidades. Por intermedio del notario del pueblo se enteraron de una finca cerca al pueblo que estaba en venta, propiedad de una familia de apellido Jaramillo; los trámites se hicieron rápido y pagaron en metálico lo acordado, las escrituras de la compraventa la hicieron a nombre de José María. Se fueron a vivir allí aún con algunas mejoras inconclusas, dejaron razón en el pueblo que cuando vieran a don Aniceto les avisaran; unos días después llegó a las carreras el hijo de una familia amiga y les contó que el señor estaba en la cantina, los cuatro hombres salieron hacia allí de inmediato, al llegar, el hombre los miró de manera arrogante,

– Con que muy propietarios, con razón no pagaban, ladrones,

– Pedro tomó la vocería, mire don Aniceto, hemos sido cumplidores y respetuosos siempre con usted, no tiene ningún derecho a tratarnos así, es más, le tenemos el pago retrasado que es el final de nuestro contrato y muchas gracias,

– Vea pues estas carangas resucitadas, menos mal pagan, por qué si no se iban era pa la cárcel o pal cementerio,

– Señor en la notaría está la plata y el documento, lo firma y san se acabó,

Así terminó la relación de aparcería con el hombre Sonsón, pero quedó el enemigo. En mayo la guerra estalló de nuevo en Santander con la batalla de Palonegro, 16 días de combate, el más sangriento en la historia de la nación.

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