
Archivos de prensa
_____ Richard Stolley. – www.latardedelotun.com
_____ La periodista italiana (1929-2006), una de las más famosas de los últimos 100 años, escribió 12 libros y entrevistó a los principales líderes del mundo. Tenía fama de incisiva y de no tener pelos en la lengua. Aquí una entrevista que le hizo la revista estadounidense en marzo de 1969, cuando ella tenía 40 años.
- ¿Cuál ha sido la actitud hacia usted de las personas que ha entrevistado? ¿Todavía hay alguna que le hable?
- Déjeme pensar. Ingrid Bergman. Muy buena reacción. Es una perfecta señora. Y espero que me quiera. El general Ky (de Vietnam del Sur). Quedó muy satisfecho con la entrevista. Era la primera vez que alguien le preguntaba si quería a los norteamericanos. Los odia. Hugh Hefner. Sigue mandándome Playboy gratis. Rap Brown. Creo que me odia de veras. Me odiaba ya antes de que fuera a verlo, por el solo hecho de ser blanca.
- ¿Qué tiene usted contra Norman Mailer, que es un gran escritor?
- Nada, sino que no es sincero. ¿Cómo diría yo? ¿Falso? Yo no le creo lo que dice ni por un segundo. Si le preguntara a Norman Mailer la hora y me dijera que son las 5, correría al teléfono para averiguar qué hora es de verdad. Es presuntuoso. Presumido. Al principio se me mostró terriblemente amable. Y por causa de esa amabilidad no me ensañé con él. Por el contrario, fue una entrevista muy positiva. Supongo que no le gustó el título, que no tenía su nombre, ni las fotos, que no eran de él, sino de los EE.UU. Por eso se enfadó y me escribió una carta insultante, condescendiente, indulgente y grosera. Le contesté enviándolo al diablo.
- ¿Y qué me dice de Bobby Kennedy?
- Lo entrevisté y lo primero que le pregunté fue: ¿no teme usted que lo maten? No, no, me contestó. Nadie me va a matar. Nunca pienso en eso. Me lo dijo mientras hacía campaña para entrar en el Senado. Le pregunté: ¿quisiera usted ser presidente de los EE.UU.? y me contestó que el tiempo lo diría… Fui a verlo con gran entusiasmo y amor, pero me marché un poco desilusionada. Fue una de las pocas ocasiones de mi vida en que no pude romper el hielo. Tampoco logré soliviantarlo en ningún momento. Me sentí culpable y disgustada. No pude comprenderlo. No me impresionó. Nunca me enloqueció Bobby Kennedy, pero él entendía un poco a los EE.UU. de hoy. Y trató de hacer algo.
- ¿Ha llegado alguien a amenazarla con romperle las narices por algo que haya escrito?
- Algo así me sucedió con Cassius Clay. Le había visto un par de veces y volví a verle en su casa de Miami para terminar la entrevista. Estaba comiendo melón. Le dije: Buenos días, Mister Clay. Siguió comiendo el melón y de repente echó un eructo muy fuerte. Yo creía que simplemente se estaba mostrando descortés y me senté con la grabadora. Y en seguida, ¡guau!, un nuevo eructo. Uno bien grande. Bueno, me dije, sigamos de todas formas. Y en eso que, ¡beerp, beerp! ¡juap, juap! Me volví hacia Cassius y le grité que no me iba a quedar con un animal como él. Y estaba alistando la grabadora cuando me quitó el micrófono y lo arrojó contra la pared. ¡Mi micrófono! Lo vi pasar volando sobre mi cabeza, cerré los puños y pam, pam. Me lancé contra él. No se movió. Tan enorme. Tan alto. Me miraba como un elefante mira a un mosquito. De pronto, por todas las puertas de la habitación, entraron muslimes (musulmanes) negros. ¡Malvada, malvada!, comenzaron a decir a coro. Has venido a causar mal. Aquello era como una pesadilla. Retrocedí hasta el taxi tratando de mantener la dignidad, pero realmente muy asustada, y me fui derecho al aeropuerto. Después que se publicó la entrevista, Cassius Clay dijo que me iba a romper las narices si me veía de nuevo. Ya lo veremos, dije yo. Si me rompe las narices, Ira a la cárcel y los periódicos tendrán qué decir. Le vi más tarde en Nueva York. Pasé con la nariz bien levantada y él ni siquiera me miró.
- ¿Considera usted alguna vez que la gente puede sentirse herida por lo que usted escribe? ¿Piensa en los sentimientos, en la susceptibilidad de los demás?
- Sí, cuando me he mostrado ofensiva con ellos, y muchas veces lo he hecho. Pero muchas otras veces no he ofendido. Si me gusta una persona soy muy generosa con ella. Si considera usted la gente a quien he tratado sin contemplaciones, convendrá en que usted y cualquier otro hubieran hecho lo mismo. Tomemos, por ejemplo, la duquesa de Alba, en España. Vaya y entrevístela usted. O no haga más que conocerla. Representa todo lo que yo desprecio. Esta señora tiene 115 castillos, mientras muchos campesinos españoles viven en cuevas. La mayor parte de las personas que he entrevistado deberían mostrarse agradecidas. Porque no son nada. No pueden contar la historia de su vida, decir cosas interesantes, dar opiniones. Yo los convierto en personajes. Y entonces comienzan a creerse personajes.
- Su tipo de periodismo es muy teatral, ¿no lo cree usted así?
- Sí.
- ¿Y usted tiene tanto de actriz como de periodista?
- Desde luego. Aún ahora, en este mismo instante, lo soy, a Dios gracias. lo siento muy profundamente. Uso todo lo que tengo a mi disposición. Uso mis dotes dramáticas, porque si provoca a mis entrevistados, lo que sucede por mi intervención.
- ¿Pero no es esa actitud tan ególatra como la de la gente de quien usted escribe?
- No, a menudo se trata de idiotas y yo no lo soy. Ellos son gente vana y yo no.
- Con algunos periodistas que le han entrevistado, usted se ha mostrado un poco evasiva sobre su edad. Eso parece extraño en una periodista.
- Se ha publicado ya la edad que tengo.
- ¿Y es cierto que tiene esa edad?
- Sí, pero no es justo repetirlo. Le diré por qué. A veces parezco más joven. En México me tomaron por estudiante. Por eso me golpearon y detuvieron. Pero si se publican esos condenados datos nadie me tomará de nuevo por estudiante. ¿Por qué tiene usted que atormentarme? No tengo muchas vanidades, pero sí ésta. Sufro cuando leo que Oriana Fallaci tiene 37 años. En México estaba en una cama de hospital con inyecciones aquí y ahí, cuando leo en una información de la Associated Press: «Oriana Fallaci, de 40 años… Como estaba toda enyesada, pero salté con tanta fuerza en la cama que se cayó el frasco de penicilina y se estrelló contra el suelo. La enfermera y el médico llegaron corriendo. En aquel momento Melina Mercouri me llamó desde Los Angeles y dijo, Oriana, Oriana, ¿cómo estás? acabo de enterarme. Y yo le contesté eso no importa, ¿sabes lo que me han hecho? Y ella me dijo, sí, lo sé, te pegaron tres tiros. Y yo volví a decirle, no, no, eso no es importante. Han escrito de mí que tengo 40 años. Ella no podía parar de reírse. Llamé al director de la Associated Press en Nueva York. Me enviaron flores. Y yo dije, al diablo con tus condenadas flores. Lo que yo quiero es una corrección.
- Usted ha dicho que abandonó el catolicismo. ¿Qué le sucedió?
- La cosa comenzó muy temprano. Tenía 13 años y estudiaba filosofía en la escuela. Comencé a pensar por mí misma y perdí esa cosa que se tiene o no se tiene, la fe. Si se utiliza la capacidad de pensar se llega a la conclusión de que Dios no existe. El hombre creó la idea de Dios porque lo necesitaba. Es una fácil respuesta a todos los interrogantes. Dios, para mí, es sólo una exclamación cuando hablo. Podría decir algo diferente. Podría decir, ¡Oh, botella! Pero estoy acostumbrada a decir, iOh, ¡Dios! Pero hablemos de la religión positiva. En el verdadero sentido de la palabra, creo que soy muy religiosa. Siempre me encolerizo en nombre de la justicia. Lloro por los que pasan hambre. ¿Por qué? Porque siento esta moralidad y esta moralidad es religión. La formalidad de ir a la iglesia no la necesito. Pero pudiera necesitarla. Pudieran gustarme de nuevo las velas. Me pregunta usted si soy católica, y por que no quiero serlo le digo que no. Pero está en mi sangre. Estoy impregnada de catolicismo. Mi sangre huele a ello. Una iglesia hermosa con velas es difícil de resistir especialmente si una tiene problemas y nadie la escucha. A mí me ha sucedido. Tener una pena, hallarme totalmente abandonada y entrar en una iglesia. Pero luego me pregunté, ¿qué estoy haciendo aquí? Y me puse a mirar a mi alrededor. Aquello era arcaico, estúpido. Yo pago un precio por todo esto, que es la soledad. La religión ayuda muchísimo. Es compañía.
- Uno de sus colegas italianos ha dicho que usted no tiene escrúpulos y que para lograr una información haría cualquier cosa.
- Ese hombre no me conoce bien. Para lograr una información, yo no hago cualquier cosa. Voy a la Plaza de las Tres Culturas en México sabiendo que las cosas van mal allí. Voy al Vietnam donde me llevo un susto de muerte. Pero eso es lo más que puedo hacer. No me acuesto con nadie. No insulto a mi madre. No lloro.
- ¿Nunca? ¿En ningún momento?
- Sí, claro que lloro. Puedo asegurárselo a usted. Pero no en los momentos en que la gente me mira. Tenía yo 14 años cuando arrestaron a dos de mis buenos amigos de la resistencia y creíamos que los iban a ejecutar. Me sobrecogió una crisis de histeria. Comencé a llorar y cada vez lo hacía con más fuerza. Al fin, mi padre me dio una bofetada, ¡Pam!, en la mejilla derecha y me dijo «las chicas no lloran». Quería enseñarme a ser fuerte. Y teníamos que serlo, aunque fuéramos niños. Si no éramos fuertes, los fascistas nos harían hablar si nos prendieran.
- Acaso recuerde que Ingrid Bergman le dijo a usted en una ocasión que si pudiera vivir de nuevo la vida no tendría una sola cosa que cambiar. ¿Diría usted lo mismo?
- Desde luego que no.
- ¿Qué cambiaría usted?
- En primer lugar me desembarazaría mucho antes de todos los prejuicios con que me crié.
- ¿Qué clase de prejuicios?
- Prejuicios sociales, prejuicios religiosos, prejuicios sexuales, todos sin excepción. ¿Sabe usted lo que es ser una chica católica y haber nacido en un país en que todo es pecado, todo es malo? Las relaciones sexuales son pecaminosas hasta que una se casa, pero no después. Una se cría sin saber si las relaciones sexuales y el amor son una misma cosa o son diferentes.
- En sus entrevistas usted siempre trata de ciertos asuntos y uno de ellos es el de la sexualidad. ¿Es consecuencia eso de un sentimiento de culpa que le viene de la niñez?
- No, porque sexualmente soy ahora -lo he sido desde hace muchos años- absolutamente libre. Pero la sexualidad es sumamente importante. No es indispensable, como la inteligencia, pero si no se tiene se es menos inteligente. Es un elemento necesario para la vida, como el comer o el sueño.
- ¿Recuerda la pregunta que le hizo a aquel joven terrorista del Vietcong? Le preguntó usted qué edad tenía la primera vez que estuvo con una mujer.
- ¡Ah! ¿Quiere usted preguntarme qué edad tenía yo cuando estuve por primera vez con un hombre? Veintisiete años. No, no. Tenía 26, pero de todas formas fue trágico. ¡Era ya tan vieja!
- Sí, trágico. Pero ¿qué sucede cuando saca a colación este asunto de la sexualidad con las celebridades a quienes usted entrevista?
- Si son mujeres aceptan la idea de hablar sobre este tema. Si son hombres, es más difícil. Los hombres son más reservados en materia sexual. Tal vez sea porque hacen el amor con mayor seriedad que las mujeres. A mí no me gustan las mujeres, ¿sabe usted? No mucho. He descubierto que son muy pocas las mujeres con las que puedo congeniar. Entre los hombres, tengo algunos amigos de verdad. No es cierto que la amistad sea imposible entre un hombre y una mujer. Es una especie de amor, pero no se piensa en acostarse juntos, o no se desea.
- ¿Ha oído usted ese cruel rumor que corre por ahí? ¿Que a usted no le atraen los hombres sino sólo las mujeres?
- No, no. Esta es la primera vez que oigo eso. ¿Que si es cierto? No, hay muchos testigos que le pueden decir a usted que no es cierto. Oh, no. Yo no soy lesbiana. Oh, no.
- ¿Y dice que nunca oyó usted ese rumor?
- No. He podido tener amoríos, pero nunca con una mujer. Nunca he tenido la curiosidad. ¡Vaya una pregunta! Hace tiempo me dijeron que en los EE.UU. los jóvenes abandonan a sus familias cuando cumplen 18 años y se ponen a vivir solos. Y yo pensé, ¡Ay, Dios mío, ¡qué lástima no haber nacido en los EE.UU.! Y luego veo que si una no se casa para cuando tiene 25 años, dicen que es homosexual. Sí, sólo un americano podría hacerme una pregunta como ésa. Los franceses no preguntarían eso nunca, ni los españoles, ni aún los ingleses o los alemanes. Los franceses y los españoles murmurarían «tiene un amante». Claro que tengo un amante. Sólo un norteamericano puede pensar eso porque no esté casado. A ustedes no les cabe en la cabeza que tenga un amante y no hable de eso, no quiera hablar de eso.
- ¿Utiliza usted el atractivo sexual como arma?
- No lo uso, ni siquiera en forma inocente -como una sonrisa o una mirada-, para lograr entrevistas. Uso la inteligencia. El hecho de que sea mujer, de que esté hecha más o menos como una mujer, todavía joven y divertida, ayuda. Ya le dije que es más fácil para mí que para usted. Pero me valgo del atractivo sexual sólo si el entrevistado me interesa, si me gusta.
- Se ha dicho de usted que acaso sea la periodista mejor remunerada del mundo. ¿Hay algo de verdad en eso?
- ¡Ja! Tengo que reírme. No me gusta hablar de dinero porque cuando lo hago se me crean problemas de impuestos. Le diré una cosa. Vivo como una multimillonaria… ¿Y por qué no? ¡Qué diablos! Compré a una de mis hermanas una piel de visón y a la otra un auto.
- De todas formas, la gente la considera a usted una mujer de mucho éxito.
- Esa es una palabra muy vulgar. Éxito. El éxito es vulgar. Lo acepto con gratitud porque para mí significa que mi vida no ha sido del todo un fracaso. Mire usted, desde el comienzo he tenido una vida requetemala, llena de penas. En primer lugar, nací pobre. Esa circunstancia me ha impulsado a todo cuanto he hecho. Después he visto el horror de la guerra desde que era niña. A los 14 años, todavía con trenzas, formaba parte del movimiento clandestino y corría en bicicleta a llevar mensajes o guiar a los prisioneros de guerra fugitivos. Conocí la guerra en todos sus aspectos: bombardeos, terror, hambre. Mi padre, en prisión y torturado; parientes y amigos muertos. En tercer lugar, nunca he tenido un hijo, y para mí ésta es una razón de enorme y trágica infelicidad.
- ¿Por qué desea tanto tener un hijo?
- Morir sin haber puesto a alguien en el mundo es realmente morir. Sé de muchísimas otras que tienen este mismo problema. Pero no lo sienten tanto como yo. Le diré que cuando estaba en Vietnam y vi todos aquellos cadáveres en Dakto, se me duplicó el deseo de hallarme embarazada. Pero no lo estuve mucho tiempo. Los perdía-a los bebés-inmediatamente. Es una sensación que los hombres no pueden comprender. ¡Se da una tanta cuenta de esta otra vida que le crece dentro! Una se siente importante. Mi problema con Montini (el papa Paulo VI) es que debería permitirme tomar una píldora conceptiva.
- Y saliéndonos del tema sexual un momento… Su libro más-ambicioso es Se il Sale Muore, sobre el programa espacial norteamericano. Un crítico, el escritor de asuntos espaciales Willy Ley, escribió en el Times de Nueva York que el libro le parecía en varias partes una obra de ficción porque tenía equivocados los datos.
- El artículo crítico de Willy Ley fue injusto y poco inteligente. ¿Por qué no les pregunta a los astronautas? Ellos no creen que el libro esté equivocado. Pregúntele a Ernst Stuhlinger, que es el brazo derecho de Wernher van Braun. Stuhlinger dice no, no, eso que dice Ley no es verdad. Está muy satisfecho del libro.
- ¿A quién le gustaría más entrevistar ahora?
- A Fidel Castro primero. Él y su afecto por los norteamericanos. Porque les tiene afecto. Le dan rabia los EE.UU. porque es un amante despechado. Me gustaría también entrevistar a Ho Chi Minh. Sería como entrevistar a Lincoln o a Churchill. Es el padre de la patria. Mao Tse- tung es también el padre de su país. Mao es un misterio. Hablarme de China es como hablarme del Alfa del Centauro.
- Usted ha criticado mucho a los EE.UU. en algunos de sus escritos. ¿Por qué se ha mudado a vivir allí?
- Por la misma razón que la generación de mis padres solía ir a París. Nueva York es el París de mi generación, por diferentes razones, desde luego. Me crié en el seno de una familia antifascista y mi padre siempre hablaba de la democracia y de los EE.UU. Me enseñaron a querer a los EE.UU. aun cuando vinieron a bombardearnos y a matar al chico de 13 años que se sentaba a mi lado en la escuela. Al fin, el 11 de agosto los norteamericanos llegaron a Florencia. Para mí, para mi imaginación de niña, los norteamericanos fueron siempre aquellos ángeles de uniforme caqui. Eran hermosos. Comencé a soñar con ir a los EE.UU., Y muchos años después fui, en efecto, y me enamoré físicamente del país, de mi sueño.
- ¿Pero fue usted a los EE.UU. por razones económicas, para ganar más dinero?
- Desde luego que no. Lo que gano en los EE.UU. lo podría ganar aquí en Italia, y aquí gastaría mucho menos. Y no tendría que pagar esos impuestos enormes.
- ¿Y entonces, por qué se queda? ¿Por qué mantiene su apartamento de Nueva York?
- No sé cuánto tiempo más lo tendré. Los EE.UU. me han desilusionado. Es como cuando una se enamora terriblemente de un hombre y se casa con él, y después, día a día, va pareciéndole menos excepcional, menos extraordinario, menos hermoso, menos bueno, menos inteligente. Lo mismo sucede a menudo en los matrimonios. Poco a poco, casi sin sentirlo, se desmoronan. EE.UU. ha sido un esposo muy malo para mí. Me engaña todos los días. Me engaña en el Vietnam, y con su apoyo a los dictadores fascistas de España y México. Y de toda la América del Sur. Me engañó de nuevo cuando ganó Nixon.
- ¿Pero le gustan los norteamericanos? No me refiero al país ni a su gobierno sino a los norteamericanos, a la gente. ¿Le gustan?
- Claro, claro, me gustan los niños.