
Por: Adriana Arjona – La Nueva Prensa / www.latardedelotun.com________
Estás a 40 grados bajo la sombra. No llueve hace meses. ¿El río? Hace más de 30 años lo represaron para usar sus aguas en El Cerrejón; parece que el carbón es más importante que las personas. A tu lado está tu hijo. Tiene dos años y hace dos días que no recibe alimento. No tienes nada para darle. En una botella de gaseosa guardas como un tesoro el equivalente a un pocillo de agua. Le das cada tanto una cucharadita que él toma con desesperación. Sus ojos han cambiado, parecen enterrarse en sus cuencas. Tiene la respiración agitada y su piel ha perdido elasticidad. Su orina tiene el color del chocolate. No eres médico, pero sabes que eso no es normal.
Tu hijo llora. Gime. A veces se queda dormido por el desaliento, pero cuando despierta vuelves a ver en su mirada la angustia, el desasosiego. Busca tu pecho, pero hace meses está tan seco como el desierto que rodea tu ranchería. Sientes temor de que le pase lo mismo que a la hija de tu prima. La pequeña no aguantó, a pesar de ser mayor que el tuyo. Murió de hambre y sed. Te cuesta creer que a nadie le importe, que nadie venga a socorrerlos, que nadie se conmueva. ¿Cómo es posible?
A veces te sorprendes pensando que sería mejor que se durmiera y no volviera a despertar jamás. El amor hace eso. No queremos que nuestros hijos sufran y si morir significa el fin de esta tortura, ojalá que venga el sueño eterno.
Te sientes impotente. No sabes qué hacer. Dicen que han comprado unos carrotanques, pero no has visto ni uno. ¿Será verdad? Alguien dijo que están parqueados en algún lugar, pero no se sabe ni siquiera quién los manejará. No entiendes cómo es que la vida de tu hijo pueda valer menos que la de otras gentes. El hijo de un presidente no morirá de hambre o de sed. Tampoco la hija de un ministro. Ni la prole del director de la Unidad Nacional de Gestión de Riesgos y Desastres.
Te enteras de que ese hombre, ese director, hizo un negocio multimillonario con la compra de los carrotanques. Te cuentan que, cuando lo descubrieron, lo negó de todas las formas posibles, hasta que no pudo tapar tantas mentiras y decidió salir a contar la verdad. Dicen que lo vieron en un video asegurando que él y sus cómplices se “equivocaron en el camino”. Ignorabas que hacer un plan junto con otros para robar es sinónimo de equivocarse. Y te preguntas qué hubiera pasado si usaban ese ingenio y energía para atender a tiempo los riesgos y evitar el desastre.
Te cuentan que ese director se siente muy valiente y gallardo por poner su vida y la de su familia en riesgo al contar todo lo que sabe. ¿Habrá temido en algún momento por el riesgo que corrían los 67 niños y niñas que terminaron muertos de sed a diciembre del año pasado? Imaginas que estaba muy ocupado orquestando su “equivocación”.
Comprendes que hay una sed más grande y más horrible que la de tu hijo. Es la sed de dinero. Una sed que convierte en monstruos a quienes en algún momento fueron seres humanos. Porque esos monstruos sedientos ya no son personas. Son vampiros que solo piensan en chupar, extraer, desangrar, secar. Son insaciables.
Como los vampiros que son, se vuelven ciegos. No pueden ver, no quieren ver, no les interesa ver. Por eso son incapaces de conmoverse con tu sufrimiento o el de tu hijo o el de tu prima. Ojos que no ven…
Habías oído hablar de los vampiros, los chupasangre, los demonios para quienes las personas son solo presas de las cuales podrán seguir extrayendo lo que más les gusta: la plata que es de todos. Dicen los que saben que los vampiros salen por temporadas. Pero, para ser una temporada, ha durado demasiado. ¿Siglos, acaso?
El vampiro valiente y gallardo dice tener miedo. Pero en ningún momento te cuentan que tenga vergüenza por lo que hizo. Y sabes que ni él ni sus cómplices podrán pagar lo que han hecho con tu nación indígena. Ni devolviendo todo lo que se robaron (cosa que sabes perfectamente que no harán) alcanzará para pagar este pecado. Porque tú sabes que lo que ha pasado, en cualquier cultura o religión, no es nada menos que un pecado imperdonable.
Miras a tu hijo, que da su último suspiro. Lloras mientras piensas que, tal vez, esos vampiros también morirán de sed. Morirán cuando ya no quede nada qué chupar. Cuando no quede ni un solo cuello por morder. Cuando comprendan que lo han succionado todo, que las venas del país están completamente secas, y que ni todo el dinero que en vida sació su asquerosa sed podrá darles paz en sus tumbas.